(Clemente Ferrer Roselló– Madrid) Desde los dominios públicos se está propagando una ética de situación que da por buena una doble moral para muchos ámbitos de la existencia humana. Por esto ha surgido una mentalidad que acepta que el fin justifica los medios y es legítimo con tal de que sea válido para gozar de una felicidad sin medida. Nunca el fin puede justificar los medios.
La salida a esta situación consiste en estar unidos al autor de todas las cosas en que, por el ejercicio de nuestro libre albedrío, podemos rendir o negar al Altísimo la grandeza que le concierne, y ahí se construye el claroscuro del libre albedrío.
El hombre ha traspapelado la felicidad porque se ha opuesto a dar su libertad. Por otra parte, la verdad que revolotea como una cantinela al libre albedrío nos hará libres, porque la libertad alcanza su genuino sentido cuando actúa al servicio de la verdad.
La libertad lleva a una gran responsabilidad que endereza toda la vida. El hombre sin libertad es como “las nubes sin agua, llevadas de aquí para allá por los vientos, árboles otoñales, infructuosos, dos veces muertos, sin raíces”. Donde no hay intimidad con la Deidad, se origina un vacío personal: en ese oscuro abismo, todo es opresión.
El libre albedrío y la donación no se refutan; se protegen recíprocamente. La libertad sólo puede donarse por un flechazo de amor. Por lo que una libertad sin colofón alguno, sin norma objetiva y sin compromiso, es libertinaje. Porque quiero, porque me da la gana, me decido por el Ser Supremo.
Agustín de Hipona aseveró: “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”.
En el nº 2.639 de Vida Nueva.