CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
Son muchas las personas que, aprovechando las vacaciones del verano, regresan a su pueblo de origen. Allí reviven recuerdos de sentimientos infantiles; se encuentran con viejos amigos y familiares; aparece la nostalgia y, puede ser que también, la razón por la que dejaron su casa, quizás buscando trabajo y un poco de bienestar. A otros, simplemente, les obligó una nueva situación, un empleo, unas obligaciones que cumplir.
Sea como fuere, el reencuentro es inevitable. También con la tradición religiosa. El 15 de agosto o el 8 de septiembre son fechas imborrables, llenas de recuerdos y hasta emociones. La devoción a la Virgen María, expresada en formas muy diferentes, marca capítulos imposibles de olvidar. Aquí está el sustrato de lo que conocemos como religiosidad popular.
Esas huellas metidas en el alma del pueblo a través de sus tradiciones, sus formas culturales de celebrarlas, los signos y los escenarios, los vestidos y hasta la gastronomía. Es la cultura, con el apoyo de la tradición, que se va repitiendo un año y otro más. Si lo tradicional no aparece, lo cultural se hace simplemente nostalgia de un pasado que ya no existe nada más que en una memoria lejana.
La familia cuenta. Y mucho. Porque cada uno de los recuerdos se une a la emoción y al afecto. Unos han desaparecido. Otros son nuevos. Todos imprescindibles. Pues el recuerdo se hace vida en las personas. En la actualidad no quiere ni puede prescindir de los hijos que vinieron después. El título, la advocación de la Virgen del pueblo es patrimonio de la familia. Algo propio y como apellido añadido.
Y dejamos para el final, lo primero: la fe, la creencia, el misterio religioso. Lo más importante e imprescindible y que da razón y explica todo lo demás. La religiosidad popular es cultura, tradición, pueblo, familia… Y, sobre todo, y de forma ineludible, la fe.
La religiosidad popular tiene, indiscutiblemente, una serie de valores de carácter cultural y social y de actitudes –valores y virtudes unidos– religiosas. Cuando se pretende soslayar el carácter del misterio religioso, todo se desvirtúa y pierde, pues se hunde el fundamento y sentido. Y ese es el peligro, bien orquestado por algunos munícipes, que apoyan la fiesta y destierran la fe que puede haber en ella. Y se utiliza “lo religioso” para denostar a la religión y a sus estructuras y modos de hacer. Esto es nada más que cultura y tradición, y nosotros, dicen ellos, los garantes de que siga la fiesta. Laica, por supuesto.
En el nº 2.999 de Vida Nueva