(Juan Rubio-Director de Vida Nueva)
La ofensa vuelve a escribirse en El País, rotativo dependiente de esa fobia religiosa con la que se alimenta a diario con fruición adolescente. Aflojó su querencia ideológica por titubeos mercantilistas y mantuvo impasible el ademán con el enervante vituperio cotidiano a lo religioso. Cierto odium fidei de nuevo cuño anida en sus páginas a tumba abierta. Hace unos días tocó el turno a Almudena Grandes, mártir de una España que la alimentó y encumbró y de la que no le importaría exiliarse. Hace poco salió pidiendo que fusilaran algunas voces radiofónicas al amanecer y ahora con torpe pluma hace chiste fácil, con referencias equívocas, de las violaciones de monjas en la guerra civil. Esta demócrata de tomo y lomo, usa el arma que tiene, el lenguaje soez. La contestación le ha llegado de Muñoz Molina, escritor de talla, republicano de pro, crítico con lo religioso, pero siempre respetuoso; mitad Machado, mitad Faulkner. Pone las cosas en su sitio, renegando de aquellas muertes y violaciones, fruto del mismo odio que ahora destila la autora de Las edades de Lulú. La respuesta va en la sección de cartas, en la que están alojando al autor de El jinete polaco. La última en salir en defensa de las monjas ha sido la poco sospechosa Rosa Montero. Haber escrito una novela que se desarrolla en la contienda no da a esta señora patente de corso para insultar a un colectivo que, en este país, le da a ella y a cuarenta como ella, sopas con hondas. Las monjas a las que ofende seguirán trabajando en los lugares que nadie quiere. Puede, si quiere, exiliarse a México. Las monjas seguirán aquí dejándose “mandar” por el servicio a los pobres. Mientras ella insulta, las otras trabajan.
Publicado en el nº 2.639 de Vida Nueva (del 6 al 12 de diciembre de 2008).