ELÍAS ROYÓN, SJ, presidente de CONFER | El próximo 8 de abril, en la Facultad de Teología de la Pontificia de Salamanca, se conmemoran los aniversarios de dos documentos importantes para la Vida Consagrada. Treinta años de la instrucción La vida religiosa, un carisma al servicio de la Iglesia (25 de noviembre de 1981) y quince de la exhortación Vita Consecrata (25 de marzo de 1996). El primero tiene un especial significado para los religiosos españoles, al tratarse de una instrucción colectiva del Episcopado español, probablemente la única, sobre la vida religiosa. El acto académico ha sido promovido conjuntamente por la Comisión Episcopal de Vida Consagrada, CONFER y CEDIS. El título, Las Relaciones Mutuas en España, que destaca la perspectiva desde la que se sitúan las intervenciones, manifiesta el significado de este encuentro.
Intervendrán monseñor Vicente Jiménez Zamora, presidente de la Comisión Episcopal de Vida Consagrada; Elías Royón, S.J., presidente de CONFER; monseñor Eusebio Hernández Sola, OAR, obispo de Tarazona y miembro de la Comisión de Vida Consagrada; y monseñor Joseph W. Tobin, C.Ss.R., secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica (CIVCSVA).
La elaboración de este documento se sitúa en el contexto de la promulgación, el 14 de mayo de 1978, del Mutuae Relationes. La Comisión Mixta de Obispos y Religiosos, presidida entonces por monseñor Suquía, entendió pronto la conveniencia de afrontar el tema de las relaciones mutuas entre obispos y religiosos. Se elaboran tres ponencias: doctrinal, análisis de la realidad y propuestas de cauces operativos. Se envía una encuesta a los obispos, vicarios, superiores mayores, grupos de religiosos, religiosas, sacerdotes y monasterios para conocer la realidad de estas relaciones.
Después de dos años de trabajo, la XXXIII Asamblea Plenaria (24-26 de noviembre de 1980) asume como tema principal las relaciones mutuas entre obispos y religiosos. Fueron invitados a participar en la Asamblea un grupo de religiosos y religiosas que representaban a CONFER, CEDIS, FERE y FERS. Monseñor Suquía justificaba esta presencia con el párrafo de Mutuae Relationes en el que se recomienda la presencia de delegados de la Conferencia Episcopal en las asambleas de los religiosos, y de delegados de las Uniones de Superiores Mayores en las asambleas de la Conferencia Episcopal. El objetivo era que la Conferencia Episcopal hiciera suyos los dos documentos, el doctrinal y el de cauces operativos. Así, “la Iglesia en España tendrá en sus manos unos documentos autorizados con los que será posible catequizar al pueblo de Dios en una materia tan importante como esta”.
La ponencia doctrinal y el análisis de la situación fueron debatidos en el aula con intervenciones de obispos, religiosos y religiosas. La de “cauces operativos” tuvo un tratamiento muy participativo. Se organizaron diez grupos integrados por obispos, religiosos y religiosas que analizaron 23 propuestas. Dos días después, eran aprobadas por los obispos con el título Cauces operativos, para facilitar las relaciones mutuas entre obispos y religiosos de la Iglesia en España.
La ponencia doctrinal superó las dudas de algunos de que se aprobase como una instrucción colectiva del Episcopado. Prevaleció el parecer de que la Conferencia propusiese una catequesis sobre la vida religiosa, que se consideraba “oportuno y necesario”. Pero su aprobación hubo de esperar un año, hasta la XXXV Asamblea (25 de noviembre de 1981).
Comunión eclesial
En la Introducción de este documento se reconoce que, aunque la cooperación “se ha acrecentado notablemente en los últimos años, la visión conciliar de la Iglesia como comunión nos empuja a cotas más altas”. “Esto lleva consigo el reconocimiento de nuestra condición de pecadores, la aspiración a una sincera conversión del corazón y la superación de susceptibilidades y viejos prejuicios”. La comunión eclesial, en íntima relación con la misión, articula sus cinco capítulos. Y en la conclusión se define la vida religiosa como “un carisma de la Iglesia, se vive en la Iglesia, y el Espíritu Santo lo da para el servicio de la Iglesia”; añadiendo que “los obispos nos sentimos llamados a estimarla y velar por ella, y a procurar, también, que los fieles la amen y la impulsen”.
La Asamblea misma fue un buen ejercicio de las relaciones mutuas. Se celebró en “un ambiente cordial, franco, constructivo”. Así escribe el cardenal Pironio, prefecto de la Congregación, a monseñor Suquía:“Nos ha complacido de modo especial el espíritu de colaboración, respeto y mutuo aprecio con que han tratado todos los asuntos. Con ello facilitan la instauración de un clima que contribuirá a facilitar y perfeccionar una cooperación necesaria en la Iglesia de hoy”.
Hacer memoria no es solamente recordar unos hechos y rescatar del olvido unos documentos. Hacer memoria propicia una reflexión y un examen, iluminados por el Espíritu, sobre la realidad eclesial de estos años. Nunca se repiten las situaciones ni las circunstancias que las condicionan, pero siempre nos deberían encontrar a la escucha del Espíritu. No poco de lo que estos documentos enseñan –el ambiente de recíproca confianza y la colaboración sincera y abierta entre obispos y religiosos, que se destila del proceso de su elaboración– continúa siendo necesario.
No parecería una respuesta adecuada el resignarnos, sin mayor discernimiento, a mirar los retrocesos posibles, casi como normales. Sino, más bien, seguir trabajando con convicción por la “unidad en la comunión” (Lumen Gentium, 13). Si queremos responder a las esperanzas del mundo, tenemos que comprometernos a hacer de la Iglesia “la casa y la escuela de la comunión”. Construir la Iglesia como casa de comunión nos hará creíbles ante el mundo, y en ella fluirán las mutuas relaciones entre todos los miembros del Pueblo de Dios.
Produce admiración el espíritu de comunión que la Iglesia española deseaba impulsar bajo el influjo de los documentos de la Santa Sede. Años después, Juan Pablo II advertía que “los espacios de comunión han de ser cultivados y ampliados día a día, a todos los niveles, en el entramado de la vida de cada Iglesia” (NMI, 45). Este es nuestro desafío actual.
Actuaciones comunes
Esta comunión eclesial, para su desarrollo y visibilidad necesita, mediaciones, “Cauces operativos”. Son necesarias actuaciones comunes y convergentes. Pero de manera especial, por su misma naturaleza, necesita relaciones mutuas entre las distintas vocaciones y carismas, que se complementan orgánicamente y se relacionan en orden a la misión eclesial.
Estas relaciones personales en la comunión son expresión de una forma de ser y de vivir que hacen posible el verdadero diálogo, que requiere escucha, mutua confianza, respeto y recíproca valoración de las personas y de lo que manifiestan, admitiendo en ellas una posible mediación del Espíritu. Componentes, en definitiva, de una espiritualidad de comunión. Un camino que no siempre recorremos con facilidad.
Nos hallamos realmente en un cambio de época, en un mundo globalizado, en el que las aceleradas transformaciones culturales nos están afectando profundamente. Así lo constatan los Lineamenta del Sínodo sobre la Nueva Evangelización: “La tarea de la evangelización se encuentra frente a nuevos desafíos, que cuestionan prácticas ya consolidadas, que obligan a la Iglesia a interrogarse nuevamente sobre el sentido de sus acciones de anuncio y de transmisión de la fe”. En esta situación, sería difícil comprender actitudes que antepusieran visiones pastorales excluyentes al espíritu integrador que requiere la comunión.
La variedad de los carismas contribuye a encontrar respuestas diversas a los desafíos de la nueva evangelización. A los consagrados se nos pide, además, ser “expertos en comunión”, “testigos y artífices de comunión eclesial” (VC, 46). Y desde la “misión compartida” entre religiosos y laicos, contribuir a ensanchar esa comunión, presentando así una imagen más articulada y completa de la Iglesia (VC, 45).Auguramos que esta celebración nos estimule a perfeccionar, bajo la guía del Espíritu, la confianza y el afecto recíprocos en la comunión eclesial y a convertir en constructivas las posibles tensiones en las relaciones mutuas, a causa de la diversidad de dones, servicios y ministerios que las constituyen y enriquecen.
En el nº 2.749 de Vida Nueva.