JESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Periodista
“Olor a oveja y sonrisa de padre”. Ese es el perfil del episcopado que Francisco desea para su Iglesia. El Papa no quiere a príncipes encorsetados en palacios renacentistas y distinciones honoríficas, sino a colaboradores al servicio del Reino. Un mensaje con unos destinatarios que van más allá de los obispos y cardenales; porque presbíteros, religiosos y laicos también construimos y nos refugiamos en nuestros propios palacios. El mensaje franciscano es para toda la Iglesia. Y se resume en una parábola, El hijo pródigo; y en una palabra: misericordia.
Pero, ¿ha de sorprendernos este mensaje evangélico, encontrado desde siempre en el depositum fidei? En absoluto. Lo que asombra a la gente de dentro y fuera de la Iglesia es que, en plena posmodernidad, un Papa haya podido zarandear al mundo entero saltando de la ortodoxia a la ortopraxis.
Por eso, estos cuatro años de pontificado nos dejan atónitos y nos regalan tres sorpresas, indigestas para algunos y cautivadoras para otros: la de sus gestos impactantes, como residir en Santa Marta; la de su empuje hacia una pastoral y Doctrina Social, eclipsadas anteriormente por la bioética; y la de la reforma de la Curia, del IOR y de los dicasterios.
El 7 de enero de 1967 (nº 556), en Vida Nueva se profetizaba una mayor “universalidad de los cargos curiales”. Francisco lo tiene en mente para 2017, a pesar de las “resistencias malvadas”.
Publicado en el número 3.018 de Vida Nueva. Ver sumario