(Lucía Ramón Carbonell– Profesora de la Cátedra de las Tres Religiones de la Universidad de Valencia)
“Que en el siglo XXI haya personas que mueran por sus creencias religiosas a manos de un gobierno es un anacronismo y un aldabonazo en nuestras conciencias. Deberíamos reaccionar y pronunciarnos de forma unánime. Sólo así se consiguió el ‘cierre’ de Guantánamo”
Shirin Ebadi, musulmana iraní, luchadora infatigable por los derechos de las mujeres y Nobel de la Paz 2003, ha denunciado en los medios internacionales el acoso que está sufriendo como abogada de siete líderes de la Comunidad Bahá’i de Irán. Desde mayo de 2008 están detenidos sin cargos. Tras sufrir torturas y vejaciones durante meses, van a ser juzgados bajo acusaciones de espionaje para Israel, insulto a las autoridades religiosas y propaganda contra la República Islámica. Ebadi no ha podido acceder a los documentos del caso ni reunirse con sus defendidos, a pesar de que podrían ser condenados a muerte.
La Comunidad Bahá’i de España apela a nuestras conciencias y nos pide que participemos en encuentros de oración en favor de la libertad religiosa y del desarrollo social de Irán y que enviemos cartas a nuestros políticos para que exijan el respeto a los derechos humanos. Es una llamada desesperada y muy justificada. Los bahá’is son la minoría religiosa más grande en Irán. Sufren persecución desde la instauración de la República Islámica. Más de 200 han sido ejecutados y los encarcelados y exiliados se cuentan por miles.
Que en el siglo XXI haya personas que mueran por sus creencias religiosas a manos de un gobierno es un anacronismo y un aldabonazo en nuestras conciencias. Deberíamos reaccionar y pronunciarnos de forma unánime. Sólo así se consiguió el ‘cierre’ de Guantánamo. Gracias a la persistencia de miles de ciudadanos anónimos que no cejaron en su compromiso cotidiano expresándose de varios modos para hacer que se respeten los derechos humanos de forma efectiva.
Una buena metáfora actual de esos sordos y ciegos curados por Jesús que se convirtieron en signo viviente del Evangelio, del Dios de la Vida que escucha el clamor de los indefensos y les hace justicia.
En el n º 2.650 de Vida Nueva.