CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
“El Evangelio siempre es el mismo, pero la música con la que se lee y canta, que es la cultura, es propia y peculiar de cada pueblo…”.
No acaban de ponerse de acuerdo acerca de la denominación que se debe emplear al hablar de la relación existente entre los contenidos religiosos y los signos con los que se expresa y vive el pueblo. De lo popular, algunas matizaciones sí que hay que hacer, porque no se sabe si se trata de la masa social en su totalidad o de alguna parte (los menos cultos) o de unas actitudes (los sencillos, los humildes).
Si nos metemos en el campo de lo religioso, las distinciones son más abundantes: piedad popular, religiosidad popular, religión del pueblo, catolicismo popular… Todo ello habrá que tenerlo en cuenta al hablar de las expresiones religiosas, más bien públicas. Porque, aunque las vivencias sean íntimas y personales, lo popular requiere una visibilidad externa.
El papa Francisco, con ocasión de la jornada de las cofradías y de la piedad popular, ofreció una homilía en la que, de una forma directa, se refería a las Hermandades, reconociendo que, en los últimos tiempos, hay signos de renovación y redescubrimiento. Quería el Papa que las Hermandades se distinguieran por la evangelicidad, la eclesialidad y la misionareidad.
Es decir, la autenticidad de la fe siguiendo el camino de Cristo e identificándose plenamente con él; vivir en comunión profunda con la Iglesia y una presencia tal que no deje lugar a dudas acerca del sentirse parte de la Iglesia; hacer una obra verdaderamente evangelizadora.
En la religiosidad y piedad popular hay unas columnas fundamentales sobre las que se sustenta esa expresión de la creencia: la fe, la familia, la cultura y el testimonio público. Una fe profundamente cristológica centrada en la persona de Cristo, en la Virgen María y en la veneración de la Eucaristía. La familia es insustituible. Se vive lo que han vivido los abuelos y los padres y lo que se desea para los hijos de los hijos.
La historia de la familia, con frecuencia, está jalonada por acontecimientos referidos a vivencias religiosas muy populares: presentación del niño bautizado a la imagen de la patrona del pueblo, primera comunión ante la imagen querida, ofrecimiento del matrimonio significado en el ramo de flores puesto ante la imagen de la devoción más sentida, la mortaja del padre con la túnica de la cofradía de la familia…
Cada pueblo se expresa, en lo religioso, con su propia idiosincrasia; por eso, los signos, los adornos, la música, los gestos y los modos de hacer son propios y muy a propósito para manifestar sus convicciones y sentimientos. El Evangelio siempre es el mismo, pero la música con la que se lee y canta, que es la cultura, es propia y peculiar de cada pueblo.
Y el testimonio público, pues no pueden concebirse la piedad y la religiosidad popular sin una participación exterior y comunitaria. Es el pueblo nuevo de Dios, y entre las propias gentes, donde se vive y expresa la fe con las tradiciones más apreciadas y fielmente guardadas.
En el nº 2.850 de Vida Nueva.