JESÚS SÁNCHEZ ADALID | Sacerdote y escritor
“Ningún cambio político servirá si no es para lograr una sociedad que no se distinga solo por el desarrollo en la producción, sino por el progreso en valores espirituales que favorezcan la humanización plena y el perfeccionamiento humano”.
Releo la Historia de los Mozárabes de España, de F. J. Simonet: “Flaquean las naciones cuando andan divididas en opiniones religiosas y políticas, y cuán culpables son los hombres que a sus ambiciones y codicias posponen los verdaderos intereses de la patria”. No se puede negar el valor educativo de la reflexión, especialmente en estos tiempos tan sombríos.
Observamos cómo la crisis económica y política desemboca en una lacerante inestabilidad vital y espiritual. Los ejemplos de Grecia e Italia, el desastre tan evidente y la incapacidad de hallar soluciones parecen converger en una conclusión inevitable: que la crisis no es más que el enfrentamiento entre lo viejo y lo nuevo, un salto cualitativo que debe hallar las vías a seguir para lograr un hombre que no tenga otra opción que la de actuar éticamente.
Ningún cambio político servirá si no es para lograr una sociedad que no se distinga solo por el desarrollo en la producción, sino por el progreso en valores espirituales que favorezcan la humanización plena y el perfeccionamiento humano. Porque esta crisis –muchos lo vienen repitiendo– no es solo un fenómeno económico; es algo mucho más profundo.
Los hechos de esta década se derivan de manera directa de un largo proceso que ha vivido en su conjunto el mundo occidental: la progresiva relativización de las creencias y las convicciones; eso que eufemísticamente se ha llamado “crisis de valores”. Y, lamentablemente, la Historia nos enseña que la crisis puede ser la antesala de la tragedia.
En el nº 2.777 de Vida Nueva.
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