CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
Parece como si algunos días, algunas fechas señaladas del año, tuvieran la exclusividad de lo que conocemos como religiosidad popular. La Semana Santa, el Corpus Christi, las fiestas patronales del pueblo… Junto a ello, las hermandades y cofradías, las asociaciones y patronatos, las juntas y los encargados asumen responsabilidades y protagonismos. Todo ello es cierto y bueno, si se hace con espíritu religioso.
Sin embargo, la religiosidad popular es algo más sencillo, más cotidiano, más íntimo. Convicciones profundas, arraigadas y queridas que se expresan de forma tan callada y tan simple en los gestos que pueden pasar desapercibidas.
La religiosidad popular no se circunscribe y define por lo multitudinario, sino por el profundo convencimiento religioso metido en el alma de las gentes. La veneración de los objetos religiosos, las jaculatorias, las imágenes y cuadros piadosos en la casa, el escapulario, la medalla, la estampa en el bolsillo, esa pequeña oración de cada noche… Y muchos y muy repetidos gestos más de devoción. Es como una memoria cristiana presente y viva, aunque resulte imperceptible.
Unas veces se realizarán de forma ritual, espontánea, casi sin darse uno cuenta. Es efecto de la savia que permanece en unas raíces muy asentadas y, por supuesto, de ese Espíritu que llamamos Vivificador.
La religiosidad es manifestación de lo religioso, de la creencia, de la fe. Lo popular se refiere a una cultura arraigada, tradicional, compartida, que tiene sus especiales manifestaciones en momentos muy particulares del calendario de una ciudad, de un pueblo. El magisterio de la Iglesia, tanto del papa como de los obispos, se ha referido frecuentemente a esa religiosidad popular con mayúscula. También de la pequeña, pero menos. “El pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo”, dice el papa Francisco. Es decir, lo que ven sus ojos en las grandes manifestaciones públicas, y también con aquellas cosas menudas llenas de devoción. No hay que olvidar el pasaje bíblico en el que se dice que Dios también aparecía en la pequeña brisa que acariciaba el rostro del profeta.
No es que exista una religiosidad intermedia entre aquella de las grandes manifestaciones y la de los pequeños gestos individuales. Hay otras formas de expresión y prácticas religiosas frecuentes. La esencia está en la fidelidad al mensaje religioso y vivo que hemos recibido en la persona de Jesucristo.
Publicado en el número 3.010 de Vida Nueva. Ver sumario