(Pablo d’Ors– Sacerdote y escritor)
“Al igual que yo veo hermosa la enorme roca que hay frente a mí y ese bichito que desconozco y que se ha posado, como quien no quiere la cosa, en la punta de mi pie, quizá haya Alguien que me vea desde arriba y que también me vea hermoso”
Las raíces parecen querer confundirse con las ramas. Las hojas, amarillas, me rozan los hombros en su caída, como una dulce advertencia. El río es protagonista por su sonido inconfundible y arrullador. Y el zumbido de los abejorros, insistentes; y el sol de la tarde, que es cuando más me emociona, pues es su declive; y una vegetación salvaje y ordenada a un tiempo, habitada por una presencia trémula que no sé definir: ¿Dios? ¿Un espíritu? ¿Los duendes?
Frente al río, en uno de los legendarios bosques de las Batuecas, pienso que aquí podría ser feliz. Enseguida me corrijo: Soy feliz aquí.
En el cielo, azulísimo, no hay una nube. Presiento que algo de quienes han estado aquí ha quedado entre estos árboles. Hay helechos, alcornoques, y un agua cristalina en la que apetece sumergir la mano y refrescar la cara. El hombre está hecho para la naturaleza, concluyo. Y nuevamente me corrijo: el hombre es naturaleza.
Al igual que yo veo hermosa la enorme roca que hay frente a mí y ese bichito que desconozco y que se ha posado, como quien no quiere la cosa, en la punta de mi pie, quizá haya Alguien que me vea desde arriba y que también me vea hermoso.
En este instante no aspiro a nada mejor de lo que ahora tengo. Sopla el viento y pienso que puede ser Dios. Pero también pienso que sería igualmente maravilloso si quien soplara en ese viento fuera sólo el viento mismo.
No sé qué tengo hoy que hasta la ramita insignificante que acabo de pisar y partir, o esa piedra -blanca y ovalada- ante la que me he agachado, encuentro digna de atención. Y de amor. Si es que ambas cosas son distintas.
El sol me da en los ojos, pero no me molesta. Quizá sea Dios. O quizá sea sólo el sol, ¿qué importa, después de todo? Decido incorporarme y abandonar este remanso de paz. Por desgracia, tengo ganas de orinar.
En el nº 2.647 de Vida Nueva.