(Alberto Iniesta-Obispo Auxiliar emérito de Madrid) A veces, se destaca la extraordinaria admiración que manifiesta Jesús hacia el Bautista, hasta decir que era el hombre más grande nacido de mujer –por cierto que si se tomase la expresión al pie de la letra, habría sido incluso más grande que el Señor-. Pero se olvida citar la frase completa hasta el final, que corrige de modo radical la primera parte, añadiendo que, sin embargo, el más pequeño dentro del Reino es más grande que Juan.
Jesucristo es el comienzo del Reino de Dios, que por el envío del Espíritu ha aparecido ya en simiente con la Iglesia de la historia, a pesar de sus defectos y pecados, pero también con toda su mística grandeza, manifestada en sus mártires y en sus santos, en sus escritos y en sus actos.
Pues ¡qué bien! ¡Qué grandes somos, más grandes que aquel hombre tan grande! Y eso, gracias al bautismo y a todo lo demás que ha seguido después. En cambio, ahora, en los medios de comunicación de España, la Iglesia parece la mala de la película, hasta llegar a decir un cantautor públicamente que la Iglesia es “el peor enemigo de Dios”.
Pero esto no es nuevo. Ya el Señor lo anunció y lo sufrió. En los primeros siglos de la Iglesia las persecuciones no solamente echaban a muchos cristianos a las fieras, sino que a todos los tenían por gente peligrosa, que en sus secretas reuniones celebraban uniones sexuales incestuosas, y ritos macabros, como comer niños recién nacidos, etc.
Sin descartar en modo alguno corregir nuestros errores, confesar nuestros pecados y hacer propósito de enmienda siempre que haga falta, tampoco estas críticas pueden amargarnos la fiesta. Con perdón y oración, sin rencor y con amor hacia los que nos critican, que tampoco nos acomplejen ni nos quiten esta humilde alegría de haber sido elegidos para entrar en el Reino de Dios, donde, como hermanos del Rey, aun el más pequeño es más grande que el Bautista, con el Padre nuestro como carnet de identidad y como hoja de ruta: “Venga a nosotros tu Reino…”.