(Grupo de Profesionales Cristianos- Extremadura) Hace poco, el grupo de Profesionales Cristianos volvíamos a encontrarnos para seguir profundizando en los hechos que nos proporciona nuestra vida diaria de trabajo. El asunto que centró la reunión fue el que contó Toni, enfermera de urgencias en el hospital. Nos habló de un “paciente” que había ingresado tres veces en cuatro días, un alcohólico que cuando está tumbado y perdido en la calle no saben qué hacer con él y lo llevan a urgencias. Llega en pésimas condiciones, lo sitúan en la sala de espera, de donde salen los enfermos que allí se encuentran y sus familias porque no resisten el olor ni las maneras. Los médicos no quieren verlo hasta que esté aseado y las auxiliares de enfermería, hartas de lavarle, salen huyendo cuando se percatan de que allí está el de siempre. El paciente pedía cama caliente, lechecita y galletas… y deseaba dormir. No tiene domicilio.
A partir de este hecho comenzamos la reflexión en torno a la indigencia y nos centramos en el tema de la exclusión y el rechazo y, sobre todo, el abandono que se da respecto a los indigentes y a quienes están en una pobreza severa y extrema: enfermos mentales, niños y jóvenes en zonas de marginación, alcohólicos y drogadictos, inmigrantes, presos…
Nos detenemos en casos concretos y experiencias vividas: el 112 no acude si el sujeto no quiere, aunque esté destrozado; la policía no viene si no está siendo un obstáculo en medio de la calzada o es peligro público; la gente pasa como si no estuviera… y la mayoría pensamos que eso le ocurre porque quiere. Ni el Ayuntamiento, ni la Junta de Extremadura tienen nada para los últimos de la sociedad, excepto cuando ya los consideramos delincuentes. Los comedores y centros de acogida son privados, nacidos de la limosna y en instituciones de tipo religioso, especialmente eclesial. Las instituciones oficiales les ayudan con dificultad. No hay quien quiera “apropiárselos” por ningún motivo.
Recordamos cómo Jesús se movía entre ellos y supo leer la vida y la historia desde los últimos. Nos damos cuenta cómo él no se acercó desde el juicio, ni utilizó la vara de medir de la “normalidad”, sino que entró en su vida y fue capaz de captar sus sufrimientos y ver su historia. Detrás de cada indigente hay una historia viva que pocos conocen, aunque todos juzgamos. Sentimos vergüenza y el deseo de cambiar de postura, de salir del juicio rápido y del desprecio. No estamos tan lejos de ellos; quizá hemos tenido mucha suerte en nuestra historia y todo ha favorecido nuestro bienestar. Somos ciudadanos y nos damos cuenta de que, a nuestros políticos, les preocupa lo que nosotros valoramos y que si ellos no actúan ante los indigentes es porque la mayoría somos indiferentes ante ellos.
La reflexión nos toca la moral y vemos la necesidad de cambiar de actitud ante los indigentes: primero hemos de acercarnos y conocerlos, visitar sus barrios, hablar con ellos, no juzgarlos; segundo, revisar nuestras cuotas y ayudar a los que se organizan y se preocupan de ellos (comedores, cárceles…). Vemos la importancia de conocer el Informe Foessa, donde están los últimos datos de la pobreza y la exclusión en España y en Extremadura. Y nace el deseo de hablarlo con la gente y de dar a conocer lo que estamos viendo y oyendo… Por eso te lo contamos.
En el nº 2.643 de Vida Nueva.