JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Andan indignados ciertos grupos minoritarios del “reñidero español” con la visita del Papa a Madrid en agosto. Cuando se juntan, se calientan con un discurso tan rancio y tan de color sepia que da grima escucharlos. Están en su derecho, tanto ellos como quienes opinan lo contrario. Hay quienes se han volcado en contra del evento de forma desaforada, como si en ello se les fuera la vida, dedicando más tiempo a protestar por la visita que a sus labores profesionales. Hay también quienes no están por la labor y no ponen un ardor excesivo. Y hay a quienes les da igual y dejan el mundo correr. Si acaso, hacen una sonrisa, una mueca, un sutil comentario.
No así los “indignados oficiales”, que, para decir que existen, se montan al carro de la protesta. Se puede estar indignado, pero con razonamientos cordiales y civilizados. En la movida de la Puerta del Sol no faltan carteles que muestran su indignación por la visita del Papa (curiosamente, en estos días hay más que hace un mes).
Hay indignados con el Ejecutivo socialista por considerar el evento de “excepcional interés público”, con la consiguiente rebaja fiscal a quienes ayuden económicamente al encuentro madrileño. Les molesta que el Gobierno tenga lucidez y sepa estar a la altura de las circunstancias.
Hay indignados en el colectivo “Europa Laica”, que ya andan preparando actos a la contra, pues Europa o es laica o no es nada. Una, grande, libre y laica, dicen “los principios del movimiento” (sic), como llaman en Sol a las ideas que inspiran la movida. Ahora resulta que el ocaso del socialismo en España es culpa de quienes apoyan esta visita, según decía el otro día en un semanario el exmiembro del Opus Dei y pope del socialismo más rancio, Enric Sopena.
Están indignados también los miembros de la Federación Regional de Enseñanza de Comisiones Obreras de Madrid (que, por cierto, por si no lo saben, mantienen en los comités de empresa a profesores de Religión, apoyándolos en las campañas electorales para así aumentar su número). Están en contra de que se usen los colegios públicos para albergar a los jóvenes.
Indignado está Llamazares, que se ha emperrado en pedir cuentas y presupuestos, aunque en voz baja dice que tiene que justificar el sueldo. Indignados están algunos plumillas, no muchos, que repiten como un estribillo la canción “Yo no te espero”. Hay quienes, por un minuto de gloria, son capaces de proponer que encarcelen al Papa cuando pise Barajas.
Hay indignados que estarán solazándose en las playas o en la montaña. Es su manera más elegante de protestar; y hay indignados que se encadenarán bajo el sol de agosto en algunas de las iglesias madrileñas. Hay indignados para todos los gustos, como los hubo en Barcelona, en Londres, en París o en Praga con motivo de la visita del Papa. España no iba a ser menos.
Hay también clérigos indignados por la visita del Papa como Jefe de Estado triunfalista. Os recuerdo que también a vosotros, en vuestros barrios, os tratan y os atienden como curas, aunque tengáis un estilo cercano. Habrá gente para los que seguís siendo el cura y os atienden como tal en el médico, en la tienda, en el banco y en la cola del bus. Estoy seguro que no sois triunfalistas, que sois cercanos y amables, pero para ellos no dejáis de ser el cura.
En el nº 2.759 de Vida Nueva.