Mangas y capirotes

(Mª Leticia Sánchez Hernández-Doctora en Historia y licenciada en Teología) Dentro de pocos días, las calles de casi todas las ciudades españolas se llenarán de imágenes, color, olor y sonido. Las estremecedoras efigies de Cristos y Dolorosas. Los colores de los bordados de mantos y palios, y la gama cromática de las túnicas de los nazarenos. Los aromas del incienso y del azahar, o los tambores, las carracas y las campanas que rasgan el silencio de las madrugadas.

Reflexionando sobre esta realidad, me vienen a la cabeza dos posturas enfrentadas que defienden sendos amigos. Uno sostiene que estamos ante manifestaciones paganas carentes de compromiso cristiano alguno, y que esconder las manos en esas mangas y cubrir la cara con esos capirotes es puro disfraz. El otro afirma que es la mejor forma de expresar su fe cristiana, y que el uso de mangas y capirotes le ayudan en su compromiso penitencial.

Ambas actitudes tienen algo en común: ponen de relieve la dificultad de ejercitar una mirada honda que penetre hasta el fondo de estas complejas expresiones. Nos encontramos ante la ambigüedad de la imagen, que como cualquier realidad sensible provoca reacciones y sentimientos contradictorios que emergen de lo más profundo del ser humano. Hay que huir de los fundamentalismos de cualquier signo: ni iconoclastia feroz en nombre de un compromiso que responde a rígidos clichés; ni capillismos coloristas que no quieren evolucionar.

Precisamente, el carácter ambiguo de la imagen puede ser la clave del discernimiento. Para ello, te propongo lector, como decía santa Teresa, que prepares el cuerpo y la mente para un mirar contemplativo, es decir, dejarte mirar por una imagen sin resistencia, con paz, sin prisa, con amor, sin tensión, con abandono, experimentando una profunda comunión con la realidad que simboliza. Quizás, así, mis dos amigos puedan dialogar y compartir sus respectivas visiones de “mangas y capirotes” para caminar juntos en la experiencia de la fe.

Compartir