MÓNICA Mª YUAN CORDIVIOLA | Responsable de comunicación de las Misioneras Eucarísticas de Nazaret
El reconocimiento eclesial de la santidad de una persona conlleva siempre alegría y gratitud. A su vez, cuando se trata de alguien cercano, estos sentimientos se multiplican. La cercanía puede ser histórica cuando el nuevo santo es contemporáneo a nosotros, como Juan Pablo II o madre Teresa de Calcuta, o carismática, como la canonización de D. Manuel González para todos los que nos sentimos parte de la gran Familia Eucarística Reparadora.
Si algo fue especialmente emocionante en la plaza de San Pedro fue el poder comprobar la cantidad de personas para las que este apóstol de la Eucaristía era un referente y un amigo, un guía y un padre. Porque más allá de los 3.000 peregrinos que solicitaron su entrada a la organización central del proceso de don Manuel, en cada rincón aparecían Marías de los Sagrarios y Discípulos de San Juan que, incluso portando pañuelos de otros santos, lucían exultantes sus medallas de miembros de la Unión Eucarística Reparadora.
Al preguntar a Ana Mª Palacios, que lleva trabajando en el proceso de canonización desde sus inicios, en 1952, cómo se sentía, dijo con su típica gracia andaluza: “¡Como la espuma de la cerveza, que sube y se desborda!”. Difícil será encontrar una expresión que describa más gráficamente lo que ha significado la canonización de don Manuel para todos nosotros.
En realidad, todos sus seguidores sabíamos desde un principio que era santo. Pero que la Iglesia reconozca esta santidad y lo proponga como modelo y camino para alcanzarla, llena el corazón de exultante alegría y, sobre todo, de deseos de dar a conocer cada día más a Jesús Eucaristía. En realidad, este era el gran anhelo de D. Manuel: que Jesús Eucaristía fuera cada día más conocido y amado.
El reconocimiento de su santidad nos da un espaldarazo para que sigamos haciendo realidad su gran anhelo: acercar la Eucaristía a todos y todos a la Eucaristía. Aunque pueda parecer que la canonización ha significado alcanzar una meta, lo que más se ha oído en estos días es que ahora comienza la verdadera labor: la de ser, como el flamante santo supo ser, faros luminosos que, señalando el Sagrario, puedan decir con sus palabras y su vida “ahí está Jesús”.
Publicado en el número 3.008 de Vida Nueva. Ver sumario
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