MARCELO COLOMBO | Obispo de La Rioja (Argentina)
“Con una pedagogía sencilla, profunda y comprensible, Enrique Angelelli comenzó a convocar a personas y sectores de la sociedad…”
Hace algunos años, en 2006, al cumplirse 30 años de la muerte de monseñor Enrique Angelelli, me hicieron un reportaje sobre su figura y su significación para mí como sacerdote. No imaginaba que, tiempo después, sería designado obispo. Mucho menos que me tocaría sucederlo en esta querida Diócesis de La Rioja. Entonces reflejé dos aspectos que me parecían muy importantes y que reafirmaría con el tiempo:
- Su adhesión plena a la renovación conciliar.
- Su vida derramada, sin reservas, por el Reino de Dios, por su Iglesia y los hombres, especialmente los más pobres.
Muchos hermanos, laicos, religiosas y sacerdotes de mi diócesis, tendrían más capacidad y autoridad que yo para expresarse sobre Enrique Angelelli, porque han vibrado con la fuerza convocante de su ministerio pastoral, ejercido en nombre de Jesús, el buen Pastor, y han experimentado la alegría de trabajar juntos, apostando decididamente por una Iglesia comunión, comprometida y encarnada en la historia.
Especialmente lo evocan los Llanos riojanos en su pastoral de conjunto y sus organizaciones pastorales, así como los barrios más antiguos de la ciudad de La Rioja, entonces periferias emergentes y hoy casi céntricos por efecto del enorme crecimiento demográfico de nuestra capital riojana.
Así, una biblioteca popular y una orquesta de niños y jóvenes llevan su nombre, prolongando en el tiempo y el espacio la alegría del Evangelio. De estos hermanos y hermanas recibo testimonios y anécdotas que nos pintan de cuerpo entero al “Pelado”, como lo llaman cariñosamente. Testigo feliz de un Señor dador de Vida, llegaba a esos barrios y ciudades distantes para celebrar la Eucaristía o para compartir una catequesis, acompañar una novena…
Con una pedagogía sencilla, profunda y comprensible, Enrique Angelelli comenzó a convocar a personas y sectores de la sociedad, normalmente alejados de las instituciones eclesiales tradicionales, para animarlos a sentirse parte de la invitación de Jesús y de su Iglesia.
Me gusta hablar de una herencia sagrada para referirme a esta responsabilidad de suceder a monseñor Angelelli en una misión tan exigente. Fuertemente arraigados en la entrega de Jesús, su vida, su mensaje y su donación final, me conmueven e interpelan mi servicio episcopal y nuestra fidelidad eclesial a los signos de los tiempos para responder “con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas y con todo el espíritu” (Lc. 10, 27).
En el nº 2.901 de Vida Nueva