(Vida Nueva) ¿Son los matrimionios canónicamente constituidos menos dados a la violencia de género que las parejas de hecho, como sostienen algunos miembros de la Iglesia? Aunque en los ‘Enfoques’ se citan ciertos estudios que avalan esta hipótesis, también se apunta a que las uniones canónicas no son un antídoto. Debaten sobre ello Ana Berástegui, del Instituto Universitario de la Familia de la Universidad Pontificia Comillas, y Josep Miró i Ardèvol, de la Universitat Abat Oliba CEU.
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Presunción de virtudes
(Ana Berástegui Pedro-Viejo, directora del Curso de Formación Superior para profesionales que trabajan con víctimas de violencia de género. Instituto Universitario de la Familia. U.P. Comillas) En recientes declaraciones, el obispo de Alcalá de Henares, Mons. Reig Plá, afirmaba que “Los matrimonios canónicamente constituidos son menos dados a la violencia doméstica que aquellos que son parejas de hecho”, basándose, según Forum Libertas, en el artículo Una aportación al estudio de las causas del feminicidio de pareja, del profesor Miró i Ardèvol. No es éste el espacio para hacer objeciones metodológicas al estudio, pero creo oportuno hacer algunas precisiones que ayuden a enmarcar este grave problema.
1. El estudio se centra en el feminicidio como “la versión extrema de la violencia contra la mujer”. Siendo cierta esta afirmación, el estudio de las muertes, o de las denuncias, sigue dejando en la invisibilidad la dramática realidad de muchas mujeres que sufren violencia física y psíquica cotidianamente. Todas las mujeres asesinadas son víctimas de violencia, pero no se puede presumir que todos los casos de violencia acaban en asesinato, bien porque la mujer logra salir de la situación de maltrato o bien porque, sometiéndose, modifica la finalidad, que no la frecuencia, intensidad y el daño físico y moral de los ataques. Por lo tanto, conocer los factores asociados al feminicidio no nos aclara, automáticamente, sus causas.
2. El estudio muestra cómo el número de feminicidios es mayor entre los matrimonios, aunque, a partir de una estimación del número de parejas de hecho, la prevalencia de muertes entre éstas es tres veces mayor. Dando por válidos los datos, no podemos considerar el contraer matrimonio como factor de protección. De hecho, es en los noviazgos donde es menor la frecuencia de feminicidios y es en las relaciones estables y convivenciales (incluyendo matrimonios y parejas de hecho) donde más se generan y enquistan ciclos de dominio y dependencia de carácter violento.
3. El estudio afirma que la fragilidad del vínculo de pareja, o su ruptura, es una de las causas principales del feminicidio. Coincido en que la ruptura o la amenaza de la misma, es un factor detonante del intento de asesinato. Sin embargo, no es el factor causal de la violencia, que es preexistente al feminicidio. De hecho, la ruptura es, la mayoría de las veces, la única salida al maltrato, aunque suponga un grado de amenaza para la mujer (de la que se vale el maltratador para perpetuar el sometimiento).
En consecuencia, la denuncia del maltrato y la protección de la víctima es imprescindible para que la mujer ponga fin a la relación sin poner en riesgo su integridad. Por tanto, entre las parejas matrimoniales y no matrimoniales podría aumentar la tasa de feminicidios en el proceso de ruptura, pero aumentaría también –y en mayor proporción cuando se establecen las medidas de protección– el número de mujeres que han puesto fin a su condición de víctimas.
4. El estudio asume que la relación entre tipo de vínculo y feminicidio puede estar condicionada por variables como la pérdida de capital social o la inmigración. Al hablar del aumento de feminicidios entre las mujeres inmigrantes, afirma con especial cuidado que “utilizar sólo la categoría estadística de inmigrante nos parece que en esta ocasión oscurecería el diagnóstico” y presentando la hipótesis de que la causa primera no es la inmigración, sino la fragilidad de los vínculos en una parte de esta población.
Utilizando esta misma lógica, podríamos dejar de utilizar la categoría estadística “pareja de hecho” como una categoría estanca, ya que puede impedir la detección de otras variables con más peso en la explicación de la violencia y del feminicidio.
5. En los datos no se diferencia entre matrimonios canónicamente constituidos y constituidos civilmente. Ciertamente, en los matrimonios cristianos, cualquier tipo de violencia debe ser desterrada o perdería ese calificativo y, en ese sentido, comprendo el significado de las palabras de Mons. Reig Plá. Con todo, debemos reconocer que la constitución canónica del matrimonio no implica automáticamente el desarrollo de estas virtudes por lo que, desgraciadamente, son muchos aún los matrimonios cristianos en los que el hombre somete, daña e, incluso, asesina a su mujer.
Es papel de la Iglesia, que siempre al lado de los más vulnerables, luchar sin prejuicios para poner fin a esta lacra social que es, además, un gravísimo y detestable pecado.
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De la construcción ideológica al reconocimiento de la realidad
(Josep Miró i Ardèvol, director del Instituto de Estudios del Capital Social –INCAS– Universitat Abat Oliba CEU) Por mucho que le pese al Gobierno actual y a quienes defienden su política, los feminicidios en España no han hecho otra cosa que aumentar precisamente desde que se puso en marcha, en diciembre de 2004, la Ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género.
Así lo constatan las estadísticas del Centro Reina Sofía, en las que se observa que es precisamente a partir de 2005 cuando crece el número de mujeres asesinadas por su pareja. Los resultados de 2010 son motivo de alarma: es el segundo peor año de toda la serie disponible, con 75 mujeres muertas. Y no será por falta de medios. Juzgados especiales, unidades policiales dedicadas exclusivamente a esta materia, centenares de miles de denuncias, decenas de miles de hombres procesados. Algo muy grave ocurre para que, con tantos recursos, los resultados evolucionen a peor.
Para resolver el interrogante es necesario ampliar la pregunta. ¿Porqué en Occidente, en Europa, el hombre mata en ocasiones a su pareja? La sociedad patriarcal, responde el feminismo de género. La existencia de roles sexo-específicos, que determinan unas estructuras y una cultura de dominación del hombre hacia la mujer, que promueven la violencia hasta llegar al homicidio, cuando ella se emancipa y rompe con el sistema. Este relato ideológico ha formateado muchas mentes, empezando por la del presidente Rodríguez Zapatero, y ello explica la anómala legislación española, única en el mundo.
Pero si ésta es la explicación, y dado que se trata de un fenómeno social, debería poder verificarse. El problema comienza cuando la observación de la realidad europea camina en sentido opuesto a la doctrina. Los países más alejados de todo estereotipo “patriarcal”, como Suecia o el Reino Unido, con una larga tradición de emancipación femenina, son los que con diferencia aportan cada año un mayor número de víctimas, mientras que otros países tópicamente “calientes” y machistas, como España, Italia y Grecia, son los que ocupan los lugares más retrasados en esta fatídica lista.
Los feminicidios, un crimen particularmente horrendo, como el que se comete contra niños y ancianos, tiene en términos cuantitativos una prevalencia pequeña en relación al número total de parejas. Eso no quita nada a lo dañino del acto, pero sí acota el enfoque. No obedece a comportamientos generalizados –caso de los accidentes de tráfico–, que es el supuesto de la ley española, sino a situaciones patológicas específicas.
Y siendo así, ¿cuáles son las causas de un tipo de agresión de apariencia muy heterogénea? Una vez más, la estadística, como sucede en todo tipo de fenómeno observable, aporta respuestas. Fundamentalmente una: la ruptura constituye la mejor explicación. El feminicidio presenta una altísima correlación con anuncios y situaciones de ruptura. Esta conclusión permite, además, explicar diversos hechos.
El primero, el porqué la ley española funciona en sentido contrario al previsto. Nuestra norma judicializa obligatoriamente todo conflicto de pareja y prohíbe la conciliación, todo lo contrario de la tendencia europea. Al actuar así, agrava el conflicto y aumentan las rupturas peligrosas.
El segundo nos permite razonar por qué su incidencia es mucho mayor en las parejas de hecho que en los matrimonios. Según los trabajos del Instituto de Estudios del Capital Social de la Universitat Abat Oliba CEU, la posibilidad de que una mujer sea asesinada por su compañero es diez veces superior en aquél tipo de relación. Otras consideraciones al margen, esto es así porque la pareja de hecho resulta mucho más inestable que la matrimonial.
A su vez, el matrimonio católico presenta un prevalencia menor que el civil, ofreciendo resultados mejores que cualquier otro tipo de vínculo, porque es menos propenso a la ruptura. El compromiso católico, en la medida que es asumido, constituye una garantía para la seguridad de la mujer. Cuando responsables eclesiales hacen afirmaciones de este tipo, están defendiendo la capacidad de razonar y de conocer la realidad.
La teoría de que el constreñimiento matrimonial católico crea violencia es pura literatura banal, y el tipo de argumentos que utiliza, como los que sin temor al ridículo exponía Juan José Tamayo en El País, se asemejan al intento fundamentalista de negar la Teoría de la Evolución a base de citas del Antiguo Testamento.
En el nº 2.738 de Vida Nueva.