(Alberto Iniesta– Obispo Auxiliar emérito de Madrid) Sin exageración alguna, creo que bien puede decirse que Vida Nueva ha ejercido una influencia muy importante en la Iglesia española, en una época de revisión, de cambio y de renovación de nuestra vida política, económica y social. Esto, dicho así, por encima, puede parecer no un verdadero tópico, sino un tópico verdadero, con el que podemos estar generalmente de acuerdo, pero que empobrece un poco la realidad de esa influencia lenta pero continua, semana tras semana, al filo de los acontecimientos, comentando, informando y formando criterios que ayudaran a vivir y asimilar las nuevas esperanzas y experiencias que se experimentaban por entonces, especialmente en los años de celebración del Concilio, de las reformas postconciliares y, finalmente, las reformas políticas de la transición española.
Toda esta riqueza no puede resumirse en una sola frase, pero podrá rastrearse en algunas tesis que parece que se están preparando. Más modestamente, puedo dar testimonio de mi experiencia personal con ocasión del trabajo de preparación de mi libro Recuerdos de la transición, porque aparte de las actas de la Conferencia Episcopal –gracias a la ayuda del subsecretario de la misma, don Eduardo, y de su colaboradora, la hermana Josefina–, Vida Nueva fue la fuente principal que me ayudó a recordar, revivir y reavivar aquellos hermosos y a veces difíciles tiempos de la doble transición: en primer lugar, la de la Iglesia, y seguidamente, la de la vida política y social de España.
Aún recuerdo algunos números realmente extraordinarios, como los dedicados a la posible sustitución del viejo y desfasado Concordato por medio de acuerdos parciales, la tesis preferida por Tarancón y muchos obispos de carácter renovador, por la cual Vida Nueva denodadamente batalló, la que finalmente se adoptó, y en la que vivimos en paz…, mientras algunos políticos no consigan denunciarla o revisarla, como amenazan actualmente en sus programas electorales.
Y más modestamente todavía, quiero recordar, además de mi experiencia como lector, mi relación con Vida Nueva como colaborador, que alcanza ya alrededor de la veintena de años hasta hoy, mientras el cuerpo aguante, si Dios quiere y la burra no se muere.