CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
El 29 de agosto fallecía monseñor Carlos María Ariz Bolea, obispo de Colón-Gunayala, en Panamá. Navarro de origen (Marcilla) y miembro de la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María (claretianos). La mayor parte de su vida la pasó en América Latina, particularmente en Panamá. Excelente formación académica, cargos universitarios importantes, obispo y vicario apostólico de Darién y obispo de Colón. Sobre todo, un auténtico misionero de los que, en el pensamiento de san Antonio María Claret, “abrasa por donde pasa”.
Su nombre, sin embargo, llegó a los medios de comunicación por su intervención en un Sínodo de los Obispos. Allí, el entonces vicario apostólico de Darién pidió información al cardenal prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos acerca de los procesos de canonización de los mártires de la persecución religiosa en España. Los medios de comunicación, especialmente los españoles, se hicieron de inmediato eco de su intervención. Y con la noticia, la polémica. Por supuesto que la intención del obispo no era provocar controversia alguna, sino un legítimo interés por saber en qué fase estaba el estudio de la vida y la heroica y ejemplar muerte de esos testigos fieles a Jesucristo.
De aquella buena intención se hicieron comentarios para todos los gustos, y no siempre justos y objetivos. De nuevo salieron a la calle los anticlericalismos radicales, las ideologías interesadas, los grupos políticos empeñados en ignorar cuanto de meritorio puede haber en la vida de la Iglesia.
Por más que se explicaban las razones por las cuales se exaltaba a los testigos de la fe, la virtud de la fidelidad y la ejemplaridad que representaban, se volvía a acusar a la Iglesia de revanchismo, de abrir heridas, de animadversión a las personas y de enemiga de la paz social. Nada se hablaba de la memoria histórica. Parecía que de este tema tenía la exclusiva una determinada tendencia. La justicia, igual para todos, es también la de la memoria histórica, que ha de hacerse con documentación objetiva y contrastada y no con ideología y partidismos.
La canonización de los mártires no va contra nadie. Es un bien para todos, pues la fidelidad, la coherencia, el perdón, la caridad y el amor fraterno no son patrimonio de un determinado grupo, sino de los hombres y mujeres que buscan unos caminos de justicia y de paz. La Iglesia no puede olvidar a estos hijos suyos; sería injusto. Y nunca quiere utilizar su memoria si no es para gloria de Dios y ejemplaridad del pueblo cristiano.
La intervención de monseñor Ariz en el Sínodo provocó, de alguna manera, que se reabrieran los procesos de canonización. Más tarde, Juan Pablo II anunciaría la beatificación de los mártires españoles. Entre ellos, y años después, muchos hermanos de congregación del obispo claretiano.
En el nº 2.955 de Vida Nueva