(José Ramón Amor Pan, doctor en Teología Moral y especialista en Bioética) Conviene tener claro que la alimentación artificial es una tecnología médica. Tanto en su instauración como en su seguimiento, el paciente necesita la mano profesional de médicos y enfermeras: no estamos hablando de darle de comer con una cuchara. La forma recomendada para los casos de enfermos con patologías neurológicas que conllevarán un tiempo prolongado son la faringostomía, la esofagostomía, la gastrostomía, la duodenostomía o la yeyunostomía. Podemos fácilmente darnos cuenta de que éstas conllevan una intervención quirúrgica para su implantación. Desconozco cuál era la aplicada a Eluana Englaro.
Lo cierto es que la alimentación artificial trajo consigo el grave interrogante ético de hasta dónde seguir en su aplicación. Y es que la vida de estos pacientes se puede prolongar durante muchos años, como ha evidenciado el caso que nos ocupa. Ya los obispos de Oregón y Washington afirmaron en 1991 que “cuando la nutrición y la hidratación se administran por intervención médica, a través de medios artificiales, y en el caso de que la persona se encuentre con un diagnóstico de inconsciencia permanente, el tema ético no es siempre fácil de decidir de forma satisfactoria para todos. El principio general de sopesar los beneficios que recibe la persona versus las cargas impuestas debe ser aplicado en estos casos. Los teólogos moralistas y otras personas de nuestra sociedad no han logrado un consenso sobre este punto”. La Declaración sobre la Eutanasia de la Congregación para la Doctrina de la Fe de 1980 había señalado que “en muchos casos, la complejidad de las situaciones puede ser tal que haga surgir dudas sobre el modo de aplicar los principios de la moral”. Por esa razón, añadía: “Tomar decisiones corresponderá en último análisis a la conciencia del enfermo o de las personas cualificadas para hablar en su nombre, o incluso de los médicos, a la luz de las obligaciones morales y de los distintos aspectos del caso”.
Y en ese punto seguimos, a pesar de que en los últimos años la Santa Sede se ha expresado con notable claridad al respecto: la alimentación artificial sería un cuidado debido. Alimentar al enfermo supone, para muchos moralistas, prolongar su agonía, no su vida. Resulta claro que en este asunto la Santa Sede se deja orientar por una determinada corriente de pensamiento que no es compartida por todos los moralistas. El tema no está, ni mucho menos, cerrado. Y es que, como señala el profesor Aristondo, de la Facultad de Teología del Norte de España, incluso en el discurso de Juan Pablo II del 20 de marzo de 2004 “al decir que la alimentación e hidratación artificiales deben ser mantenidas en línea de principio, ya se abre la puerta, en la teología moral católica, a valoraciones individuales. Al decirnos que ésa es la normativa en principio ya se nos está diciendo que esa normativa deberá ser aplicada según los casos, y puede llevarnos a opciones diferentes”. Ese mismo “en principio” aparece hasta en dos ocasiones en el breve texto de la Congregación para la Doctrina de la Fe del año 2007 que lleva por título Respuestas a algunas preguntas de la Conferencia Episcopal Estadounidense sobre la alimentación e hidratación artificiales. En éste, como en otros temas de bioética, dice Aristondo, “debemos dejar espacio para la responsabilidad personal, para la evolución y para el progresivo conocimiento científico de las realidades que nos interpelan”.
No es hora de la polémica
El portavoz vaticano dijo al conocer la muerte de Eluana que su caso debe ser para todos “un motivo de reflexión y de búsqueda responsable de las vías mejores para acompañar con el debido respeto el derecho a la vida, al amor y al diligente cuidado de las personas más débiles”. Lombardi agregó que la muerte de Englaro deja a todos “una sombra de tristeza” por las circunstancias en que se ha producido. Por su parte, el cardenal Lozano Barragán dijo que éste no era el momento de desatar polémicas, sino que era necesario espíritu de perdón y de reconciliación. Sabias palabras. Considero que no es el caso de dejarse enredar por la política y la polémica, que tanto mal hacen a la causa de Dios. Como escribió Rossi, “nuestra pastoral debe ser pastoral del Evangelio y no la del Código. Somos proclamadores de la buena noticia, defensores del significado de cualquier vida y no personas que confían en la represión social y en las leyes coercitivas (…) La moral profética tal vez es frágil, porque carece de coerción, pero ofrece el mayor impulso al bien y hace palanca sobre las obligaciones interiores, que son las más apremiantes”.
En el nº 2.648 de Vida Nueva.