El partido de la oposición, MDC, consigue más votos en unos comicios plagados de irregularidades
(José Carlos Rodríguez) Olvidémonos por un momento de todo lo que asociamos con unas elecciones libres y democráticas y nos haremos una idea de cómo fueron los comicios del pasado 29 de marzo en Zimbabwe. Baste pensar que, apenas dos semanas antes, el comandante supremo del ejército, Constantine Chiwenga, declaraba que los militares no apoyarían “a nadie más que al presidente Mugabe”, y el jefe supremo de la policía, Augustine Chichuri, advertía: “No permitiremos que la oposición, marioneta de los poderes occidentales, tome el poder”.
Además, la Red de Apoyo a las Elecciones en Zimbabwe (ZESN en siglas inglesas) daba la voz de alarma sobre irregularidades preocupantes: en las ciudades, donde la oposición cuenta con más apoyos, había muy pocas mesas electorales. Mientras, en la región de Mashonaland West, de donde es originario el presidente Mugabe, había una mesa por 530 votantes y en la capital Harare el promedio subía a 2.022. También la misión de observación del parlamento Panafricano señaló que la Comisión Electoral había impreso un número de papeletas electorales que doblaba el de los votantes censados.
Por si fuera poco, el día de las elecciones un 20% de los votantes descubrieron que se les había cambiado de colegio electoral sin previo aviso y se quedaron sin votar. Como tampoco pudieron hacerlo los zimbabuenses en el extranjero. Y en las zonas favorables a la oposición, faltaban papeletas y urnas. Trucos así ya ocurrieron durante las elecciones de 2002, tras las cuales los países occidentales impusieron sanciones. En esta ocasión no se permitió la presencia ni de observadores ni de periodistas de países considerados como “hostiles” al régimen.
Probable segunda vuelta
Aún así, con toda esta maquinaria digna del mayor pucherazo electoral, a la hora de cerrar esta edición, tanto los datos independientes de ZESN como del propio partido en el poder, el ZANU-ZP, daban como ganador al partido de la oposición MDC (Movimiento por el Cambio Democrático), de Morgan Tsvangirai, quien habría obtenido el 49% de los votos frente al 41% de Mugabe. Simba Makoni, candidato de los aperturistas del régimen y de algunos descontentos del MDC, habría obtenido un 8%. Al no tener ninguno de ellos más del 51%, parece probable que tenga que celebrarse una segunda vuelta para las elecciones presidenciales, aunque se hablaba también de que Mugabe podría estar negociando una transferencia honrosa del poder. Con el fantasma de la violencia post-electoral de Kenia aún coleando, muchos temen que durante el periodo previo a la segunda vuelta pueda repetirse en Zimbabwe un escenario similar.
Durante los días que siguieron al 29 de marzo, la gente aguardó los resultados en medio de una tensa espera. La Comisión Electoral dio los datos con cuentagotas, y sólo los referentes a las elecciones parlamentarias, no los de las presidenciales, a pesar de que los recuentos de votos estaban expuestos al público en la entrada de los colegios electorales. Cuanto más se demoraban los resultados finales, más se temía un fraude. Las frecuentes patrullas del ejército, los numerosos puestos de control en las carreteras y las amenazas del régimen de que “aplastarían” a quienes hicieran públicos resultados provisionales, no consiguieron acallar a la oposición y a grupos independientes.
Robert Mugabe es presidente desde 1980, año en el que Zimbabwe –antigua Rhodesia del Norte- alcanzó la independencia. El país era entonces uno de los más prósperos de África, pero cuando a Mugabe se le subieron los humos mesiánicos a la cabeza, pasó de una política de reconciliación a presumir de tener “una licenciatura en violencia”, en sus propias palabras. Las masacres contra la población Ndebele durante los años 80 y el apaleamiento de los líderes de la oposición hace dos años lo demostraron con creces. Todos estos abusos parecen importarle muy poco a Sudáfrica, su principal valedor, cuyo presidente, Thabo Mbeki, sigue dispensándole trato de héroe de la independencia y de la lucha contra el racismo.
Los datos del país rozan lo surrealista: el 80% de la población está en paro, la inflación es del 100.000% y la esperanza de vida ha pasado de los 63 años en 1980 a los 36 de ahora. La mitad de la población está afectada por la desnutrición, según datos del Programa Alimentario Mundial de Naciones Unidas.