GINÉS GARCÍA BELTRÁN | Obispo de Guadix-Baza
“Estamos ante un tema de capital importancia en la vida de las Iglesias particulares, por lo que es lógico que preocupe a los obispos…”.
En la última sesión del mes de abril, la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española aprobó un importante documento, Iglesia particular y vida consagrada. Se trata de unos cauces operativos para facilitar las relaciones mutuas entre obispos y Vida Consagrada.
No es la primera vez que los obispos españoles tratan el tema. En el horizonte del documento está la Instrucción de las Sagradas Congregaciones para los Obispos y para los Religiosos e Institutos Seculares, Mutuae Relationes (1978).
Es justo decir que estamos ante un documento muy trabajado, que ha sido objeto de estudio en varias asambleas plenarias y ha recibido muchísimas aportaciones. Se trata de un texto maduro que nace de los obispos españoles, sin que sean ajenos los consagrados.
Estamos ante un tema de capital importancia en la vida de las Iglesias particulares, por lo que es lógico que preocupe a los obispos. El documento tiene como objetivo recordar, en su fundamento doctrinal, los principios de esta relación, que son, por una parte, la acción del Espíritu Santo que se manifiesta también a través de la variedad de los carismas que enriquecen a la Iglesia y la hacen más hermosa. Una Iglesia particular que va perdiendo la presencia de los distintos carismas se empobrece.
Y, por otra parte, el principio de unidad de cada una de las Iglesias particulares que se fundamenta y se expresa en el ministerio episcopal. El obispo lo es de todos y para todos. No hay nada que quede fuera del ministerio pastoral del obispo. Estos dos principios exigen el reconocimiento mutuo, la acogida y la ayuda. En resumen, la comunión afectiva y efectiva.
Siempre he pensado, y cada día más, que un buen medio para esta relación es “la mesa de camilla”, donde se dialoga y se comparte en un ambiente de hogar. ¿O, acaso, no es esto la Iglesia?
En el nº 2.863 de Vida Nueva.
