+ FERNANDO SEBASTIÁN | Arzobispo emérito
“La globalización de la Navidad, junto con el enfriamiento de la fe de muchos, está produciendo una creciente secularización…”.
La Navidad es hoy una fiesta universal. Por lo menos, en el mundo occidental. Para muchos, la Navidad se ha convertido en una fiesta profana, muy simpática, muy familiar, pero profana. La reunión familiar, las felicitaciones entre amigos, la cena, con dulces y regalos. Y ahí queda todo.
Los acontecimientos de Belén quedan muy en segundo plano. Como si el nacimiento en Belén del Hijo de Dios hecho hombre fuera solo una bonita leyenda en la cual no conviene insistir mucho. La globalización de la Navidad, junto con el enfriamiento de la fe de muchos, está produciendo una creciente secularización del modo de entender y de vivir esta época del año. Son las fiestas de invierno, como la Semana Santa es la fiesta de la primavera.
Es muy importante que los cristianos no nos dejemos llevar por esta corriente. Al contrario, si nos queda algo de fe auténticamente religiosa y cristiana, lo que tenemos que hacer es acentuar y vivir más explícitamente los elementos estrictamente religiosos de la Navidad.
He aquí unas sencillas sugerencias: montar en la casa un pequeño nacimiento, que resulta un signo elocuente y educativo; antes de la cena de Nochebuena, leer ante el portal el relato evangélico del nacimiento de Jesús; cantar algún villancico verdaderamente religioso; o rezar un padrenuestro y un avemaría. Es una buena oportunidad para rezar algo juntos en casa; ir toda la familia a la Misa de medianoche, o a la Misa del día de Navidad; con ocasión de la Navidad, dar una limosna significativa a Cáritas, o directamente a alguna familia necesitada que nosotros conozcamos. Diez o veinte euros, algo que se note en nuestros gastos.
Haciéndolo así, vivimos la Navidad cristianamente, mantenemos viva la tradición cristiana, y nos sentiremos nosotros más alegres, más verdaderos.
En el nº 2.829 de Vida Nueva.