JAVIER DARÍO RESTREPO | Director de Vida Nueva Colombia
“El papa Francisco llamó al dinero el falso dios que convierte a los humanos en idólatras…”
Dijo más que muchas homilías sobre la pobreza en la Iglesia el gesto del papa Francisco al llamar a Roma al obispo de Limburgo, Franz-Peter Tebartz-van Elst, acusado por sus feligreses por la insultante ostentación de poder económico y de insensibilidad de su palacete episcopal, reformado a un costo escandaloso, y al ordenarle el retiro de su sede. Fue un gesto coherente con otros, como su rechazo de los vehículos lujosos.
Todo demuestra que no es asunto de “pose” oportunista, sino la continuación del estilo de vida personal de Jorge Bergoglio, para quien una vida pobre y austera es parte del testimonio evangélico que deben aportarle al mundo los hombres de Iglesia. Nunca fue bueno, políticamente, que la Iglesia fuera rica. Tampoco lo fue para el ejercicio de su misión evangelizadora. Una Iglesia rica se siente como esa estridente incoherencia que el papa Francisco se empeña en eliminar para la Iglesia.
El papa Francisco llamó al dinero el falso dios que convierte a los humanos en idólatras. “Si eliges el camino del dinero, al final serás corrupto”, dijo en una de sus homilías, convencido de que la actitud ante el dinero define la coherencia cristiana de las personas con mayor precisión que su asistencia a la misa. Por eso, la percepción de la Iglesia como una empresa rica ofende el sentimiento cristiano.
Se extiende hasta esa Iglesia la sospecha de que su riqueza es producto de alguna o de muchas injusticias, pero, sobre todo, pone distancia con los preferidos de Dios, que son los pobres; para el catolicismo, siempre ha sido devastadora la acusación de ser una Iglesia de ricos.
Los cambios del Papa alarman por cuanto tienen que ver con el poder o el dinero, pero parecen insignificantes frente al proceso de conversión que será indispensable para que toda la Iglesia entienda que, para ella, el dinero es de menor importancia que la libertad que le da apoyarse más en la Providencia de Dios que en el hombro de los banqueros o en la cambiante generosidad de los ricos o de los gobiernos.
En el nº 2.886 de Vida Nueva.