(Alberto Iniesta– Obispo Auxiliar emérito de Madrid)
“La asociación Edad Dorada viene promoviendo en ese día una fiesta social con el nombre de Día de los Abuelos. Como dice su presidente, el padre Ángel García: “Queremos que este día sea una fiesta de agradecimiento, un acto de amor, una devolución de ternura, y, sobre todo, una acción de gracias respetuosa y alegre”
Hace unos días, un aficionado madrileño que volvía de Viena, de asistir a la final de la Eurocopa de Fútbol, hablaba por radio de los gastos y el inmenso cansancio que le había costado, pero confesaba con entusiasmo que valían la pena, porque aquello era lo mejor que le había pasado en su vida -poco afortunado debía de ser el pobre-, y que estaba deseando contárselo a sus nietos. Y me hizo gracia esta preferencia espontánea precisamente hacia sus nietos.
Parece, en efecto, que los abuelos tienen hacia sus nietos un cariño especial, como si volvieran a tener hijos, pero con más tiempo no para quererlos más que a los hijos, pero sí para expresárselo más con su ternura, con su ayuda y con su compañía.
No todos hemos sido abuelos, pero sí hemos sido nietos. Tampoco Jesús de Nazaret tuvo nietos, al elegir la opción del celibato por el Reino, pero evidentemente tuvo abuelos, cuya fiesta litúrgica recordamos el día 26 de julio. Y en Madrid, concretamente, se celebrará en la catedral con la Santa Misa, presidida por el cardenal Rouco.
Desde hace algunos años, la asociación Edad Dorada viene promoviendo en ese día una fiesta social con el nombre de Día de los Abuelos. Como dice su presidente, el padre Ángel García: “Queremos que este día sea una fiesta de agradecimiento, un acto de amor, una devolución de ternura, y, sobre todo, una acción de gracias respetuosa y alegre, para arrancar de nuestros abuelos su mejor sonrisa en esta celebración íntima y familiar, donde vuelvan a sentirse protagonistas”.
Los que ya no somos ni abuelos, por no tener nietos, ni nietos, por no tener abuelos, también nos uniremos con alegría y devoción a esta fiesta de los buenos de Joaquín y santa Ana -o como se llamaran-.