Níger, sin pupitre ni altar ni cruz [extracto]
JOSEP FRIGOLA, Misionero de África, NIAMEY (NÍGER) | El viernes 16 de enero, tras el rezo musulmán de la tarde, en Zinder –al sur de Níger y segunda ciudad del país–, una multitud compuesta sobre todo por jóvenes y organizada en varios grupos atacó siete iglesias, varias casas y comercios de cristianos, muchos bares y restaurantes, la casa de los misioneros y la de las religiosas, la gran escuela de la misión católica, el Centro Cultural Francés y la sede del partido gobernante. En casi todos estos lugares la destrucción fue total, pues, además de robar puertas, ventanas y otros bienes, amontonaban enseres en el interior de los locales y los incendiaban con bidones de gasolina. Hubo cinco muertos y decenas de heridos.
Las fuerzas del orden no llegaron a intervenir a tiempo ni en todos los sitios. Finalmente, los misioneros y buena parte de la comunidad cristiana fueron evacuados bajo protección a un campo militar. Allí, 300 personas han pasado unos cuantos días refugiados. A última hora, muchos de ellos, desposeídos de todo, están emigrando a otro lugar en busca de acogida.
Mientras, en Niamey y en otras ciudades como Agadez y Maradi, se aprovechó el rezo de la una de la tarde del viernes para dar las consignas de una intervención masiva el sábado 17 por la mañana. Lo que ocurrió en la capital fue horroroso: el mismo estilo de ataque y destrucción que en Zinder, pero con efectos mucho más devastadores. Los instigadores tenían un plan y dirigían la operación en varios frentes equidistantes, desplazándose en coches y motos. Los barrios de la ciudad alimentaban, a su vez, los grupos agresores con jóvenes desocupados y gente que aprovechaba la situación para el saqueo.
Hubo cinco muertos. Se incendiaron y destruyeron 45 iglesias, dos casas de religiosas y una de sacerdotes, tres escuelas, algunos hoteles y restaurantes, un sinfín de bares y clubes, casas, comercios y varias sedes del partido en el poder.
Cuando se intenta buscar una explicación a estos terribles sucesos, nos encontramos frente al muro espeso de la sinrazón, y solo podemos constatar ese comportamiento fanático y salvaje de unas minorías que dejan pasmada y pasiva a la mayor parte de la población. Incluso la policía les tiene miedo y no interviene cuando más falta hace.
En medio de tal confusión, ¿es posible descifrar las causas de toda esta hecatombe? Los gritos de los manifestantes y algunas declaraciones permiten pensar que la razón encubierta de todo es una reacción feroz en contra de lo ocurrido en París la semana pasada, ofendidos por el carácter blasfemo de las caricaturas del Profeta. Muy probablemente, miembros de grupos terroristas –en particular, Boko Haram– se habrían infiltrado entre los organizadores. Aunque –la verdad sea dicha– la publicación de Charlie Hebdo hiere profundamente la fe de todo buen y honrado musulmán.
Pero hay más causas que han alimentado las hogueras de estos días. La más evidente es la actitud de la oposición, que ha apoyado la revuelta para intentar derrocar al Gobierno. Han criticado mucho la presencia del jefe del Estado en París, y lo han aprovechado para atacar varias sedes de su partido.
A todo ello se suman otros factores, como el tremendo malestar social por las diferencias abismales entre algunos ricos y la inmensa mayoría pobre, la falta de educación, trabajo y porvenir para los jóvenes, la corrupción galopante e impune…
De la tristeza al perdón
Ahora, los primeros sentimientos de gran tristeza y desolación de la comunidad cristiana se van convirtiendo en acción de gracias, porque todavía estamos vivos y no hemos perdido la esperanza. Nos llegan de la población musulmana testimonios de simpatía, consuelo y petición de perdón. También muchos cristianos remontamos la cuesta de tanta ignominia y llegamos a perdonar.
El próximo domingo, entre las paredes quemadas de los templos e iglesias, sin pupitre ni altar ni cruz, sobre la capa espesa de ceniza que cubre el suelo, celebraremos una eucaristía de reconciliación.
Los obispos acaban de enviarnos un breve mensaje diciendo que las actividades pastorales, administrativas y sociales en centros, colegios, escuelas y dispensarios están suspendidas hasta nueva orden. Por un lado, todavía no hay la calma y la paz deseadas y, por otro, hace falta que tanto las autoridades civiles y religiosas como la población musulmana se den cuenta de que la acción de la Iglesia siempre ha sido generosa y solidaria, abierta a todos en cualquier parte del país y, en especial, a los más necesitados. Por ahora, las comunidades cristianas de Níger se toman un tiempo de reflexión, plegaria y relectura de los acontecimientos.
Que el tren de una verdadera renovación interior no se nos escape.
En el nº 2.926 de Vida Nueva
LEA TAMBIÉN:
- IGLESIA EN EL MUNDO: La libertad de expresión, asesinada en París
- OPINIÓN: Democracia, islam y religión en general, por Carlos Martínez Gorriarán, diputado de UpyD
- OPINIÓN: La cariñosa bofetada del Papa, por Germán Arconada, Misionero de África
- EN VIVO: La fraternidad vence al yihadismo en Níger