ANA MARÍA MEDINA | Periodista. Presentadora de ‘Periferias’ en 13tv
Juan Antonio, Mariela, Patxi, Ramón… No hay memoria capaz de retener tantos nombres. Personas distintas, en sitios distintos, haciendo cosas distintas. Tan solo algo, Alguien, en común: Jesús de Nazaret, a quien un día conocieron y abrieron las puertas de su vida. Y, claro, ya se sabe… como Pedro por su casa.
Juan Antonio es hermano de San Juan de Dios, y su alegría está entre los descartados. Su vida es el centro Santa María de la Paz, en el madrileño barrio de Sanchinarro, el único hogar para los que no encuentran respuesta en otro sitio. Desde hace 30 años pone, junto a su comunidad y un dispuesto equipo de trabajadores y voluntarios, cama, mesa y calor para aquellos que, de otro modo, vivirían en la calle. Cuenta que lo más bonito es ver cómo recuperan su conciencia de dignidad al verse tratados como personas, como uno más en esa inmensa familia.
Mariela es teóloga y religiosa dominica en Granada. Enseña Biblia a seminaristas y laicos y, entre líneas, les trasmite la belleza de hacer del Evangelio un texto en presente continuo, que nos invita a hacerlo carne en el mundo. Mariela comparte su alegría, es valiente y decidida, y no tiene miedo de mostrar sus dones y ponerlos al servicio de lo que haga falta.
Patxi enseña en un cole en las periferias de Málaga. La mayoría de sus alumnos son de etnia gitana y proceden de familias heridas por la droga y la exclusión. Para llegar mejor a ellos, Patxi dibuja. Sus garabatos son, para muchos, una interpretación gráfica precisa de las enseñanzas de Jesús. Para los que le conocen, son puro Evangelio, hechos en un mano a mano con el Nazareno. Se puede transformar el mundo con un lápiz y un papel. ¿O acaso no es eso hacer soñar a aquellos a quienes hemos robado los sueños?
Y luego está Ramón. Sus padres le han bautizado en la parroquia de Santa María de la Amargura y han prometido acompañarle en la fe, en medio de sus comunidades, tratando de ser coherentes y de no interferir demasiado en los planes de Dios para su vida. Sus ojos brillan con la ilusión del que todo lo puede, porque aún no ha olvidado que nada es imposible para Dios.
Me es imposible hablar de la labor de la Iglesia sin que vengan a mi mente sus nombres y otros muchos. Tantos, que no tengo memoria para todos. Son hombres y mujeres, niños y ancianos. A simple vista pueden parecer gente buena, voluntariosa, entregada, que dedica sus esfuerzos, su tiempo y sus ganas a cambiar el mundo. Sin embargo, su realidad es otra muy distinta. Juan Antonio, Mariela, Patxi, Ramón… no saben vivir de otro modo. Un día descubrieron, ¡oh, maravilla!, que eran hijos de Dios. Y ¿cómo iban a continuar con sus vidas?
La respuesta es lo que os he contado. Dándola hasta el extremo, en cada gesto. Por eso, cuando leo la Memoria de Actividades de la Iglesia, sonrío y doy gracias a Dios. Solo Él hace posible que cada día personas como ellos me hagan descubrir el sentido de la vida, que no es otro que el sentido de cada instante. Para mí no hay ya vuelta atrás.
En el nº 2.947 de Vida Nueva