No se trata de nada de eso

(Eduardo Cierco– Pozuelo de Alarcón, Madrid) Como bien dice Federico de Carlos en los ‘Enfoques’ del nº 2.683, “el meollo de la propuesta paulina se puede formular así: lo mejor que os ha pasado a los que habéis conocido a Cristo es que ya no estáis bajo la ley, sino que podéis vivir bajo la gracia”. Pero, acto seguido, asimila la ley del mensaje paulino a la del Tribunal de Estrasburgo, y eso ya no es preciso. Pablo contrapone la ley del Antiguo Testamento a la gracia del Nuevo.

Cierto que en Israel, ley religiosa y ley civil tendíana justificarse. En el Levítico, esa identificación es plena: por eso se habla de “la ley de Moisés”. El Israel posterior va conociendo otras leyes y tradiciones, sobre todo extranjeras: la cautividad, la aculturación helenística, la dominación romana (“Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”). Pero la idea paulina nace en el camino de Damasco y en la apertura a los gentiles. En el Concilio de Jerusalén, y salvo un par de excepciones, los gentiles quedan exentos de la ley, pero los judeocristianos siguen practicando la circuncisión.

Las Iglesias posteriores a Pentecostés van formulando enseguida sus cánones o reglas de conducta, que se irán acumulando en el Derecho Canónico. Pero siempre distinguirá con cuidado la Iglesia el Derecho Canónico del Derecho Civil. Y más aún, ambos del cristianismo. Sí, los cánones emanan de la vida de la Iglesia, y la regulan externamente, pero no se confunden con ella. Las reglas de vida están lejos de ser la vida. Menos lo es el Derecho de los Derechos Humanos que aplican en Estrasburgo.

Ni he mencionado la palabra crucifijo. Y es que antes de mencionarlo, tanto De Carlos como Gallego Sevilla deberían fundamentar mejor sus tesis respectivas, parcialmente contrapuestas. Sí, los cristianos vivimos bajo la gracia, y el ciudadano –el ciudadano sensato, al menos– no ataca a la religión. A ninguna de ellas.

Y, por supuesto, que cristianos y ciudadanos no formamos en dos ejércitos adversarios de ley y gracia. Formamos una sola unidad de convivencia en amor y civismo. Pero es que no se trata de nada de eso.

En el nº 2.686 de Vida Nueva.

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