Soñé, ¡bendita ilusión! con esfuerzos fraternos de una Iglesia más justa que limosnera y que no deje de dar pan y créditos blandos a la par que denuncia las causas, no sólo morales, de esta crisis que hace a los ricos más ricos y a los pobres más pobres. Esta, y no otra, debe ser la “vida” de la Iglesia.