MARÍA AGUILAR GÓMEZ-CALCERRADA | Miembro de la organización de España para la JMJ
Las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) son conocidas por su gran capacidad de movilización de miles de jóvenes de todo el mundo. Pero cuando mis amigos me preguntan por qué voy y qué me mueve, no puedo dar una única respuesta, pues son varios los motivos que llevan a responder con un sí rotundo a la convocatoria que nos hace el Santo Padre.
Sentir que formas parte de una Iglesia extendida por todo el mundo, con cantidad de carismas, personalidades, lenguas, tradiciones, pero unidos en un mismo corazón. Durante esos días podemos experimentar la gran riqueza de la Santa Madre Iglesia que abraza a todos sus hijos dispersos por el mundo. Y nos congregamos en torno a nuestro pastor, el papa Francisco.
Otro de los motivos que me mueven a ir a una JMJ es la convivencia entre jóvenes que, sin conocerse de nada, rezan juntos, se respetan, se ayudan…, con una alegría auténtica que se contagia. Una alegría que nace del encuentro personal con Cristo. Y esta es la razón que da sentido a toda la JMJ, experimentar que el Señor está en nuestra vida diaria, que no nos abandona y que nos quiere tal como somos. Además de aportar a cada una de nuestras realidades parroquiales o movimientos un soplo de aire fresco, tan necesario para la vida de la Iglesia, en definitiva, para amar más, rezar más, formarnos más y servir más.
Y por último, coger fuerzas para cuando volvamos a nuestros ambientes, con nuestros amigos, en la universidad, en el trabajo y dar testimonio de lo vivido durante estos días de inmenso gozo.
Todos estos motivos los descubrí en la JMJ de Madrid 2011, donde tuve la oportunidad de asistir con miles de jóvenes. Esa JMJ fue un punto de inflexión en mi vida de fe, donde comprendí que debía comprometerme con la Iglesia en su tarea pastoral y evangelizadora para que otros pudieran experimentar todo lo que yo había descubierto.
Durante estos años he conocido a mucha gente que encontró a su actual marido o mujer en la JMJ, que descubrió su vocación sacerdotal o religiosa o que, simplemente, aprendió a ser feliz en Jesucristo. Por todo esto, ¡nos vemos en Cracovia!
En el nº 2.997 de Vida Nueva