Nueva evangelización y defensa de la dignidad humana

un inmigrante en un comedor social de Iglesia

un inmigrante en un comedor social de Iglesia

IGNACIO Mª FERNÁNDEZ DE TORRES. JUSTICIA Y PAZ | La misión que dio el Señor a sus discípulos de predicar el Evangelio es eterna. Es la razón de ser de la misma Iglesia. Vayan bien o mal las cosas, tengamos una vocación u otra, vivamos en el Norte o en el Sur, los cristianos siempre estaremos convocados a la misión de anunciar la Buena Noticia del reino de Dios y su justicia.Ignacio M Fernández Torres, Justicia y Paz

Como en la Iglesia nunca faltan fervorosos guardianes de la ortodoxia, afirmo con rotundidad inequívoca que esta llamada a trabajar en la mies del Señor, como dijo el ex prepósito general de los jesuitas P. Kolvenbach, es “una entrega total a la persona de Cristo. El sí que estamos llamados a dar a la misión pasa inexorablemente por la amistad personal con Jesús y la familiaridad con él. Solo quien ha acogido de veras, en su manera de vivir, estilo de vida y trabajo, quien ha hecho, en su existencia personal, la experiencia de Dios, podrá transmitir esa experiencia a otros y deseará comunicarla para que también otros conozcan las riquezas de Dios en su Hijo”.

La llamada que se nos ha hecho a movilizar lo mejor de nosotros mismos antes la nueva evangelización es, para mí, una poderosa invitación a retomar aquellas palabras que el P. Arrupe pronunció en 1966 y explorar todos los caminos para desarrollar su potencial: “No tengo miedo al mundo nuevo que surge. Temo más bien que los jesuitas tengan poco o nada que ofrecer a este mundo, poco que decir o hacer, que pueda justificar nuestra existencia como jesuitas. Me espanta que podamos dar respuestas de ayer a los problemas de mañana”.

Solo con sustituir la palabra jesuitas por cristianos hará que nos topemos de cara con el verdadero desafío que nos lanza la nueva evangelización: ¿seremos capaces de explorar nuevos lenguajes, presencias, métodos e intentos de dejarnos renovar por Cristo, que nos lleven a presentar su Salvación de manera atrayente y creíble?

¿Seremos capaces, aunque a veces nos provoque inseguridad y/o desasosiego, de seguir buceando en el misterio de Cristo, plenitud de la revelación, (cf. DV 4), asumiendo el carácter progrediente de la Tradición y alcanzando así un mejor conocimiento de Dios y del hombre? Recordemos una vez más que “el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del verbo encarnado” (GS 22).

¿Seremos capaces de explorar
nuevos lenguajes, presencias, métodos e intentos
de dejarnos renovar por Cristo,
que nos lleven a presentar su Salvación
de manera atrayente y creíble?

Sería lamentable que al acabar este período de renovación evangélica escuchásemos que, al final, fue más de lo mismo. Pero, ¿cuáles son los problemas de hoy/mañana? Una respuesta rigurosa desborda la pretensión y el espacio de este texto.

Apuntaré una de carácter nuclear: la crisis antropológica en la que han naufragado tanto la modernidad como la postmodernidad, y que se ha manifestado en ambas de la misma manera: en una crisis moral que está destruyendo el mundo.

Ya advirtieron Juan Pablo II y Benedicto XVI contra el relativismo moral de la postmodernidad, donde emotividad y sentimentalismo son guías de la conducta moral, desembocando en una vida sin “imperativo categórico”.

Caritas in veritate nos dice que “la cuestión social se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica”. Y ahonda en la cuestión: “Sorprende la selección arbitraria de aquello que hoy se propone como digno de respeto. Muchos, dispuestos a escandalizarse por cosas secundarias, parecen tolerar injusticias inauditas. Mientras los pobres del mundo siguen llamando a la puerta de la opulencia, el mundo rico corre el riesgo de no escuchar ya estos golpes a su puerta, debido a una conciencia incapaz de reconocer lo humano. Dios revela el hombre al hombre; la razón y la fe colaboran a la hora de mostrarle el bien, con tal que lo quiera ver; la ley natural, en la que brilla la Razón creadora, indica la grandeza del hombre, pero también su miseria, cuando desconoce el reclamo de la verdad moral” (CiV 75).

Tras esta relectura de la encíclica, ¿podemos hablar de nueva evangelización si el anuncio de la Buena Noticia no incluye esta gran verdad?

Anuncio gozoso

Escuchemos al Vaticano II: “Cristo (…) manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona. El que es imagen de Dios invisible es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual” (GS 22).

Se nos aparece como imposible y falsa una evangelización que no supusiera un anuncio gozoso de la dignidad de todo hombre y su inviolabilidad, como hijo de Dios.

Esto no es simplemente una bonita formulación. Contiene en sí misma el germen de la verdadera revolución cristiana. Joseph Ratzinger, en Introducción al cristianismo, defendía la idea de que en las relaciones trinitarias “se encuentra una imagen revolucionaria del mundo… a través de la cual llegamos a una nueva comprensión de lo real, de lo que son el ser humano y Dios”.concentración en El Salvador en memoria de monseñor Óscar Romero

Caritas in veritate 30 habla del “amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor”. La nueva evangelización tendrá que seguir este camino si quiere ser verdaderamente “Buena Noticia” para el hombre de hoy.

En el contexto actual, donde la receptora del anuncio del Evangelio es una sociedad cada vez más empobrecida y unos hombres que ven cada día más gravemente amenazados y sus derechos más básicos, son luminosas las palabras de Pablo VI en Populorum progressio 75: “El animado por la verdadera caridad es más ingenioso que todo otro en descubrir las causas de la miseria, en encontrar los medios para combatirla, en vencerla resueltamente”. No olvidemos que “la justicia es la primera vía de la caridad” o, como dijo también el papa Montini, su “medida mínima”, parte integrante de ese amor “con obras y según la verdad” (CiV 6).

Pero, ¿cómo hacer ese servicio de amor y justicia al hombre de hoy desde la caridad y la justicia? Anunciando la verdad del hombre desde el misterio de Cristo y favoreciendo el verdadero desarrollo, “que es el paso, para todos y cada uno, de unas condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas”, que comienza por garantizar sus necesidades más básicas y culmina en “la fe, don de Dios, acogido por la buena voluntad de los hombres, y la unidad en la caridad de Cristo, que a todos nos llama a participar, como hijos, en la vida del Dios viviente” (cf. PP 21-22).

Esta realidad se ha ido plasmando en la historia de la Iglesia de diversas maneras. Los cristianos, durante el Imperio Romano, llegaron a prohibir el espectáculo de los gladiadores, expresión máxima de la crueldad que humilla y destruye al hombre. Los monjes supieron leer con notable acierto los signos de los tiempos y dar respuestas eficaces en terrenos donde se juega buena parte de su dignidad el hombre, y sus monasterios, ademas de centros de espiritualidad, fueron escuela, lugar de hospitalidad para pobres, peregrinos y enfermos.

Anuncio gozosoAl servicio de la persona

Hay que recordar también la acción realizada en América de los dos primeros arzobispos de Lima, Jerónimo de Loaisa y santo Toribio; del arzobispo de Michoacán, Vasco de Quiroga, y sus Hospitalidades; de las reducciones jesuíticas del Paraguay; o de los obispos de Popayán, Juan del Valle y Agustín de la Coruña, por nombrar a unos pocos profundamente comprometidos con la tarea evangelizadora de los pueblos indígenas y luchadores incansables en defensa de su dignidad y derechos. Su vida estuvo al servicio de la legítima defensa de los derechos de Dios, que se juega en gran medida en la defensa de los derechos de los hombres.

Se nos aparece como imposible y falsa
una evangelización que no supusiera un
anuncio gozoso de la dignidad de todo hombre
y su inviolabilidad, como hijo de Dios.

Hagámonos eco de la Escuela de Salamanca, encabezada por la singular genialidad de Francisco de Vitoria: sus enseñanzas sobre la dignidad y derechos de los hombres, ¿no han sido desde entonces valiosísimo instrumento en la tarea evangelizadora?

Sería pecado no citar a san Vicente de Paúl, defensor infatigable de los pobres. ¡Qué razón tenía al recordarnos que Cristo no se limitó a predicar a los pobres, sino que también los sirvió! ¿Sería cristiano lo primero sin lo segundo?

¡Y cómo no recordar el papel en la defensa de los derechos de los obreros en el siglo XIX de cardenales como Manning, Affre o Gibbons! O las palabras del obispo Giraud: “La religión protestará: contra esa opresión de la debilidad de la edad y de la debilidad del sexo (…) no será esa religión de libertad y de amor la que admitirá para sus propios hijos un yugo que ella aparta con horror de la cabeza del extraño y del bárbaro. Tampoco transigirá, no ya con la trata de blancos o negros, sino tampoco con la trata de cualquier criatura hecha a imagen de Dios, sea cual fuere el color y la latitud que la vio nacer. Y si su voz de madre es despreciada, apelará a todas las conciencias, a todas las entrañas humanas y llevará el grito del oprimido hasta el tribunal de aquel que habrá de pagar a cada uno según sus obras”.

¿Acaso se ha apagado ya la luz que fue la vida de Óscar Romero o de los jesuitas mártires de San Salvador? Todos se consagraron desde la fe a anunciar el Evangelio mediante la defensa del oprimido. En ellos, anuncio del Evangelio y defensa del hombre era un todo indisoluble, que es la verdad de Dios anunciada en Jesucristo.

Ratzinger, en el libro citado, y hablando de la Trinidad, decía: “En la cima de la teoría más rigurosa está lo sumamente práctico. Al hablar sobre Dios descubrimos lo que es el hombre. Lo más paradójico es lo más claro y lo que más nos ayuda”.

En el nº 2.824 de Vida Nueva.

 

ESPECIAL LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

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