(Vida Nueva) El Vaticano regulará el papel de los Institutos Superiores de Ciencias Religiosas. Los directores de los centros de Barcelona y Mérida-Badajoz reflexionan sobre el significado y el alcance de este texto en la necesaria formación teológica.
Mediadores entre cristianismo y cultura
(Antoni Matabosch– Director del ISCR de Barcelona) En España hay 29 Institutos Superiores de Ciencias Religiosas (ISCR) con varios millares de estudiantes, en su mayoría laicos. En Italia hay 74. Otros están diseminados por Rumanía, Polonia, Portugal, Ucrania, Letonia, Croacia, Brasil, Chile, México y Mozambique. La reciente instrucción vaticana hecha pública el 25 de septiembre pretende poner al día la normativa de hace 20 años, especialmente en cuanto a la exigencia académica de estos centros.
El documento define los ISCR como instituciones universitarias, situadas entre las Facultades de Teología y otras instituciones de formación no académica. Afirma que los ISCR “proveen los elementos necesarios para elaborar una síntesis entre fe y cultura en la singularidad de las situaciones que se viven en las Iglesias particulares. Se trata de una perspectiva que responde a la solicitud de una cualificación del servicio eclesial en las concretas exigencias de los tiempos y los lugares”. Más adelante, añade que “tienen como finalidad la formación en orden al enriquecimiento de la propia vida cristiana, a la capacidad de dar razón de la propia fe, al ejercicio de su apostolado propio y, en particular, a su participación en la evangelización… Prepara figuras profesionales integradas en las dinámicas culturales y operativas de la sociedad contemporánea”.
La Instrucción recoge la experiencia de estos últimos decenios y pretende uniformar el modelo “Instituto Superior”, e insiste en que desarrollen una formación adaptada y que tiendan a la excelencia. En primer lugar, buscan una formación adaptada especialmente a los fieles laicos y religiosos, que cada vez más están llamados a nuevas responsabilidades en la catequesis, la enseñanza, la animación de las parroquias, las consiliarías de movimientos (especialmente de Acción Católica) o en los medios de comunicación social de inspiración cristiana; y no digamos en medio de las diversas profesiones en la sociedad. Y para servir en las mejores condiciones posibles, deben recibir una formación adaptada a sus necesidades. También debe ser una formación que busque la excelencia, es decir, exigente, seria, profunda, con garantías académicas de nivel universitario.
A fin de lograr estos objetivos, el documento establece mayores exigencias a estos centros. Éstas son las principales:
- Estarán “vinculados” a una Facultad de Teología (antes decía “patrocinados”).
- Se precisan mejor las responsabilidades de las autoridades académicas; por un lado, de las Facultades (Gran Canciller, Decano, Consejo de Facultad); por otro, del mismo Instituto (Moderador, Director, Consejo de Instituto).
- Se exigen dos ciclos: un primero de tres años, que llevará al Bachillerato en Ciencias Religiosas; y un segundo ciclo de dos años, al final del cual se consigue la Licenciatura. Sin embargo, en cada país las titulaciones podrán seguir la denominación que sea propia. En el llamado ‘Proceso de Bolonia’, España ha escogido las denominaciones de Grado y Máster, asignando cuatro años de estudios para el primer ciclo y al menos uno para el segundo. En la necesaria adaptación de los estudios eclesiásticos a este Proceso, los ISCR deberán estudiar la manera de seguir las normativas de la Santa Sede (que es miembro muy activo dentro de los 48 países del Proceso), sin menoscabar el reconocimiento civil de que gozan en la actualidad. Algunos ISCR están ya adaptando Bolonia a sus estudios, como es el caso del de Barcelona, que este año ya ha establecido tres Másters, dos presenciales y uno on-line.
- Se exigen cinco docentes estables con dedicación a tiempo pleno en cada ISCR, uno por cada gran área de enseñanza (Sagrada Escritura, Teología dogmática, Teología moral-pastoral, Filosofía y Ciencias Humanas).
- Se establece que cada ISCR deberá tener como mínimo 75 alumnos ordinarios (que son los que pueden y quieren obtener grados académicos).
- “Los docentes estables de los ISCR no pueden ser al mismo tiempo estables en otras Instituciones académicas eclesiásticas o civiles” (excepto si el Instituto está dentro de una Facultad).
Estas tres últimas exigencias, a fin de mejorar el nivel académico, pueden plantear problemas a algunos ISCR que sobreviven en condiciones algo precarias. Compete a cada Conferencia Episcopal planificar la distribución de los Institutos y a las Facultades de Teología el vigilar su suficiencia y su nivel académico.
- Se continúa insistiendo en unos planes de estudios correctos, y en unos buenos subsidios, logísticos, económicos, de biblioteca, etc.
Los ISCR son un signo de vitalidad de nuestra Iglesia. El hecho de que se exija un mayor rigor académico y mejores medios a su servicio no puede llevar más que a resultados positivos. Es una oportunidad y un reto.
Una instrucción y múltiples preguntas
(Manuel Lázaro Pulido– Director y profesor de filosofía del ISCR “Sta. María de Guadalupe”, de la Provincia Eclesiástica de Mérida-Badajoz) Muchos esperábamos anhelantes unas indicaciones nuevas que iluminaran nuestro caminar diario en la formación teológica dedicada de forma especial al mundo laical en los Institutos Superiores de Ciencias Religiosas (ISCR), especialmente debido al llamado ‘Proceso de Bolonia’. Éramos conscientes de la universalidad que tenía que poseer esta propuesta y la reciente Instrucción presentada en la Santa Sede ha tenido en cuenta en sus intenciones “una más consciente y activa participación” de los laicos; una mayor preparación, teniendo en cuenta las diferentes tareas pastorales, entre ellas, la educativa; y queriendo ser sensible al “ámbito de las legislaciones civiles de numerosos países en orden a la enseñanza superior”.
Pero siendo realistas, tras la lectura de la Instrucción, vemos que la intención no es suficiente y las palabras y términos empleados siempre denotan un espíritu, lo que suscita preguntas que meritan una respuesta:
¿Es una Instrucción que tiene en cuenta la situación real de los ISCR? Nadie puede dudar que es necesaria una organización con recursos humanos y materiales que garantice el “buen funcionamiento de los ISCR” (a. 30), pero ¿es esto posible en todos los contextos? ¿nuestras diócesis pueden disponer de al menos cinco docentes estables, es decir, que “no puedan ser al mismo tiempo estables en otras Instituciones académicas eclesiásticas o civiles (…) incompatible con otros ministerios o actividades que hagan imposible el adecuado desarrollo tanto en relación con la didáctica, como con la investigación” (a.3)?
¿Los ISCR de nuestras diócesis pueden asegurar 75 alumnos ordinarios cada curso (a.17)? Surge la tentación de responder que si no se puede mantener esta exigencia entonces es mejor que desa- parezca el ISCR en cuestión. Quizás deba ser así, pero ¿cómo podremos asegurar de esta manera la formación laical en una diócesis que no cuente con una gran población urbana? Si desaparece el ISCR en una ciudad donde no haya Facultad de Teología, ¿qué posibilidad de sólida formación tendrán los laicos? A los Institutos teológicos afiliados no pueden asistir, pues sólo pueden hacerlo aquellos candidatos al sacerdocio. Entonces, ¿qué les queda? Y como reconocía el propio arzobispo Jean-Louis Bruguès, O.P., en la rueda de prensa en la que se presentó la Instrucción, “los laicos necesitaban de una formación adaptada a su forma de vida, ya que muchos llevaban una vida familiar y profesional incompatible con las condiciones de trabajo de una facultad”. Un laico con responsabilidades laborales, familiares y pastorales difícilmente podrá desplazarse a otra ciudad a estudiar en una Facultad, ya siéndole difícil la rigidez formal que se transpira en el texto y distanciada “a años luz” de las experiencias universitarias que ellos han vivido en su formación no eclesial.
Pero la anterior no es sino una cuestión más. Tras la lectura del documento se diría que la seguridad dogmática ha podido sobre las necesidades pedagógicas y el espíritu que recorre la Educación Superior hoy. La Instrucción habla de la exigencia de los 300 ECTS, y el ánimo de asegurar la calidad de la institución. Pero pareciera que el formalismo ha pesado más que el espíritu que los alimenta. El ECTS, por seguir este ejemplo, supone un cambio en la organización institucional, pero sobre todo un proceso de transformación pedagógica y a un nuevo enfoque docente. Y si el ECTS implica, al menos, medir resultados del aprendizaje y volumen de trabajo del alumno, ello conlleva un cambio estructural que impulsa la renovación centrada en el proceso de aprendizaje y en la adquisición de competencias generales y específicas del título, se centra en el aprendizaje y no en la enseñanza desde la búsqueda de la autonomía personal y admite como criterio la flexibilidad, ¿cómo se conjugan esos principios con la palabra y espíritu del a.19 de la Instrucción donde se afirma que “para poder ser admitidos a los exámenes, es necesario que el estudiante haya seguido las lecciones con una asistencia no inferior a los dos tercios de cada disciplina del Instituto” (véase el moderno vocabulario: exámenes, lecciones, disciplina…)?
Son múltiples los interrogantes… Esperemos que se puedan articular respuestas eficaces y que los sabios retos que la Instrucción ha sabido plantear sepamos realizarlos. Nos va en ello la exigencia evangélica y el evitar disgustos, pues ¿no podría ser que hoy necesitemos formación, simplemente porque no la teníamos? ¿No sería que caímos en las tentaciones del cientificismo y el materialismo, el relativismo, el nihilismo… porque no teníamos armas intelectuales para expresar al mundo la vivencia con el Acontecimiento que alimenta nuestra fe?
En el nº 2.634 de Vida Nueva.