(José Ramón Amor Pan– Doctor en Teología Moral) Qué comienzo de curso nos está dando el PSOE a los que nos dedicamos a la Bioética! ¡No hemos tenido tiempo para el síndrome post-vacacional! Primero fue la Junta de Andalucía, con su proyecto de Ley de Derechos y Garantías de la Dignidad de las Personas en el Proceso de la Muerte. Eso fue el martes 2. El jueves 4, sin darnos tregua ni cuartel, Bibiana Aído, la ministra de Igualdad, anunció que el Gobierno elaborará una nueva ley del aborto, “no una reforma de la actual”, insistió la joven ministra. ¡Qué capacidad de trabajo!
Eso sí, sorprende un poco -un poquito nada más- que sea la ministra de Igualdad la que anuncie un texto que, aparentemente, debería ser una competencia del ministro de Sanidad. A lo mejor la causa obedece a que quieren quitarle hierro al asunto, contribuir así a trivializar esta práctica hasta convertirla en algo casi sin importancia, un recurso de control de la natalidad más, como ya ocurre -por ejemplo- en Cuba (en donde el número de abortos iguala al de nacidos vivos). Lo que ya no sorprende es que el Grupo de Expertos esté integrado en exclusiva por profesionales con vitola progresista y favorables al aborto, con lo que, debate, debate, no creo que vaya a haber mucho entre ellos.
El anuncio llega meses después de que el PSOE sumara sus votos en el Congreso de los Diputados a los de PP y CIU para derrotar una moción de IU en la línea de lo que ahora postula (era el cuarto intento de la Legislatura, a los que hay que sumar otros seis de la Legislatura anterior, uno del propio PSOE, presentado el 5/04/2000) y de que decidiera no incluir el compromiso de cambiar dicha ley en el programa con el que concurrió a las elecciones de marzo, a pesar de que un sector del partido lo venía reclamando y de que el debate estaba en la calle desde finales de año, cuando ocurrieron los registros y las detenciones en clínicas abortistas de Madrid y Barcelona. Pero los estrategas del partido no lo consideraron conveniente, y en el programa apareció lo siguiente: “Promover la reflexión, atendiendo al debate social, sobre la vigente Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo y la posibilidad de modificarla con el fin de garantizar la equidad en el acceso y la calidad de esta prestación sanitaria. Cualquier posible modificación deberá basarse en un amplio consenso garantizando, en su aplicación, la seguridad jurídica para los equipos médicos y para las mujeres cuya voluntad debe ser respetada dentro de los límites de la ley”.
Vino el 37 Congreso Federal, el del “partido de la extensión de derechos y libertades, del respeto a la libre decisión de cada persona en la construcción de su proyecto vital” (¿dónde quedan las obligaciones, me pregunto?). Entonces sí, ya se podía decir con claridad: “Consideramos que es necesaria la revisión y actualización de la legislación sobre el aborto tras 23 años de su entrada en vigor (…) Apoyaremos la revisión y elaboración de una nueva ley que recoja las experiencias más innovadoras de las leyes europeas de indicaciones y plazos”.
Derecho a la vida
Y expresaron tres criterios básicos: garantizar la accesibilidad en la prestación de este servicio, la seguridad jurídica de abortantes y profesionales que las atienden, así como el respeto a la voluntad de las mujeres y al derecho a decidir sobre el control de su maternidad. Unas páginas antes afirman: “El artículo 15 de nuestra Constitución establece como el primero de los derechos de las personas el derecho a la vida y a la integridad física y moral. Lógicamente, con la vida y la integridad física y moral amenazada no puede haber ejercicio pleno de ninguno del resto de los derechos. No se trata de un derecho más: es el derecho que hace posible el resto de los derechos”. ¡Valiente coherencia interna!
Doy por perdida la batalla parlamentaria y mediática. Entrar en ella es seguirle el juego a Rodríguez Zapatero y a sus estrategas. Estamos inmersos en un pensamiento débil, en una ética indolora de los nuevos tiempos democráticos, que atiende poco a criterios y principios, repudia el argumento del deber austero e integral y consagra los derechos individuales a la autodeterminación, al deseo y a la felicidad, todo un ejercicio del más puro narcisismo. El crepúsculo del deber, tituló Gilles Lipovetsky una de sus grandes obras. Es la hora de dedicar nuestros esfuerzos a formar conciencias, a acompañar a quienes abortaron y ahora se dan cuenta de su terrible equivocación y tienen el alma partida, y a promover servicios para aquellas mujeres que no quieren abortar. Y que Dios reparta suerte.