LUIS FERNANDO VÍLCHEZ | Sociólogo y profesor de la Universidad Complutense
“La educación está partida en España por el partidismo político que impide el consenso para alcanzar aquellos mínimos…”
Comienza un nuevo curso y, a modo de eterno retorno, viejas cuestiones y desafíos relativos a la educación ocupan un lugar destacado en los medios. Siempre sobresale alguna novedad (este año la implantación de la LOMCE, con su justificado acompañamiento polémico) surfeando por las olas de los debates políticos, mientras se olvida mirar al fondo, donde subyacen las grandes cuestiones educativas, las que deberían importar a todos, porque la educación es un tema que afecta a la sociedad entera.
Recientemente La educación (com)partida (PPC, 2013) me he ocupado de algunas de esas cuestiones de fondo que afectan a la educación en nuestro país y me he atrevido a adjetivarla de partida, propugnando, en una mezcla de deseos, objetivos y utopías, que alguna vez llegue a ser socialmente compartida, al menos en determinados mínimos educativos.
La educación está partida en España por el partidismo político que impide el consenso para alcanzar aquellos mínimos y que conduce a la formación de turno que gobierna a elaborar su ley educativa y no la ley educativa de todos y para todos. Resulta paradójico que los grandes expertos en educación, o los que tanto saben de ella, profesores y profesoras, sean siempre los grandes ausentes en la elaboración de las leyes educativas y en su concreción práctica. Por eso, acaban siendo leyes de despacho y no de aula, de componendas políticas y no de acuerdos pedagógicos.
Otros motivos autorizan a hablar de una educación partida: el desencuentro escuela-familia, el olvido de las humanidades en el currículum, la disyunción instrucción-educación, la relegación a la categoría de marías a la música, las artes y otras materias imprescindibles en una educación integral digna de este nombre, o un enfoque en exceso pragmático que contamina a todo el sistema educativo.
Una educación deseable y compartida debiera pasar por una pedagogía de la calma en medio de una cultura de la instantaneidad y la inmediatez, la hondura en los planteamientos y la reflexión, no perder el verdadero sentido de lo que es educar, que es construir personas, dar el paso de la hiperinformación al conocimiento informado y significativo, o de la resiliencia tecnológica que habría que enseñar a los hiperconectados jóvenes de hoy para que unos medios no se conviertan en fines de sus vidas.
Hay países que obtienen excelentes resultados en educación y otros que logran éxitos menos visibles que las calificaciones numéricas, pero caminan en la buena dirección. Este verano he impartido docencia durante un mes, junto con otros profesores universitarios españoles, a profesores de Ecuador. Nos hemos encontrado con cientos de ellos y hemos aprendido de sus experiencias e ilusiones, de la importancia que le dan a la buena preparación académica, el respeto al maestro, su humildad y gratitud, su afectividad y buenos modales.
Hay allí una apuesta fuerte por la mejora de la educación, comenzando por elevar el nivel formativo de sus docentes. También en el Sur se pueden aprender lecciones de cosas bien hechas.
En el nº 2.909 de Vida Nueva
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