(Francisco M. Carriscondo Esquivel– Profesor de la Universidad de Málaga)
“Lo grave es lo que implica esta muestra del discurso propio de la posmodernidad, la cual, con el pretexto de lo políticamente correcto, tiende a dar voz a ‘intelectuales’ que, de otro modo, no pasarían del simple anonimato”
En la “elitista”, por ser de mayoría blanca, Universidad de Auburn, en el conservador estado de Alabama, cuna todavía de un racismo más o menos encubierto, núcleo duro del llamado Bible Belt, el “Cinturón Bíblico” que sirve de azote a miles de vendedores de pócimas milagrosas para crear sus propias iglesias, un profesor ha tenido la “genial” idea de expurgar (“purificar”, dicen los medios) la obra de Mark Twain de los términos más hirientes para los afroamericanos.
Descarto, por supuesto, el uso de la palabra negro, ya de por sí convertida en disfemismo, al igual que nigger (o la N word, como dicen los norteamericanos, de una manera bastante infantil, para evitar pronunciarla), que ha suprimido aquel profesor, colocando en su puesto slave (“esclavo”, en español).
Ni que decir tiene que el significado de ambos términos es distinto, aquí, en Estados Unidos y en Sebastopol. Pero eso no es ahora lo importante. Lo grave es lo que implica esta muestra del discurso propio de la posmodernidad, la cual, con el pretexto de lo políticamente correcto, tiende a dar voz a “intelectuales” que, de otro modo, no pasarían del simple anonimato.
Es así como las editoriales pequeñas, las universidades que están fuera de los grandes circuitos y sus profesores cobran cierto protagonismo mediático (en el fondo, es lo que persiguen), sin percatarse de la consecuente gravedad de sus acciones: nuevos Eróstratos que no dudan en destruir templos de Éfeso con tal de pasar a la posteridad, aunque esta sea flor de pocos días.
En el nº 2.738 de Vida Nueva.