(Alberto Iniesta– Obispo Auxiliar emérito de Madrid)
“Todos los cristianos podemos y debemos llevar un estilo de vida sencillo, sobrio, desprendido de los bienes materiales y generoso para compartir con los que menos tienen, tanto alrededor del barrio como alrededor del mundo”
La filosofía del consumismo es una estructura de pecado, que nos impulsa a gastar y gastar, comprar y comprar, sin que nos haga falta. Así, por ejemplo, aunque tu coche viejo estuviera como nuevo, si no compras otro, se cierran las fábricas y echan a los obreros. Por otra parte, el dinero estaba tan barato que era más fácil pedir un préstamo que ahorrar. Y ahora, cuando nos habíamos acostumbrado a vivir como nuevos ricos, y llega la crisis económica, dura y duradera, nos parece que se hunde el mundo a nuestro alrededor.
Gracias a Dios, parece que un poco por todas partes están apareciendo movimientos sociales que promueven como una especie de rearme moral, aprovechando la situación de penuria generalizada, para recuperar las viejas virtudes de la austeridad, el valor del esfuerzo, la creatividad y el ingenio para afrontar las contrariedades, el orgullo del trabajo bien hecho, etc.
La espiritualidad cristiana tiene en este campo una larga tradición y una especial responsabilidad. No todos los cristianos podemos hacer aquellos tremendos ayunos y penitencias que hicieron algunos santos por las gracias especiales que Dios les dio, y que no a todos da -y al que Dios se la dé, san Pedro se la bendiga-.
Pero sí que todos los cristianos podemos y debemos llevar un estilo de vida sencillo, sobrio, desprendido de los bienes materiales y generoso para compartir con los que menos tienen, tanto alrededor del barrio como alrededor del mundo. Sólo en España, Cáritas cuenta más de ocho millones de pobres que ahora van a sufrir el impacto de la crisis, pero los pobres de los países pobres son aún más pobres que los pobres de los países ricos. Si los muchos millones de cristianos supiéramos hacer de la necesidad virtud, podríamos hacer como una revolución mundial, donde los pobres fueran menos pobres y los ricos menos ricos. ¡Qué hermosa utopía, perfectamente realizable si quisiéramos!
En el nº 2.638 de Vida Nueva.