CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
Sorprendidos y hasta perplejos por la novedad. Así quedaron muchas personas al ver y escuchar al papa Francisco en sus recientes viajes pastorales por Cuba y los Estados Unidos de América. Sin embargo, no era tanta la novedad cuanto la forma de transmitir el mensaje. El Papa quería terminar aquellos puentes que comenzaran a construir sus predecesores. Si todos los obispos siguen el camino de los apóstoles, cuánto más el primero de todos, el obispo de Roma.
Pío XII, por considerar nada más a los que hemos conocido de cerca, fue el Papa que puso la paz entre los pueblos como la mejor garantía de la justicia y el bienestar. San Juan XXIII siguió urgiendo el trabajo por construir la paz (Pacem in terris). El beato Pablo VI subrayó que el desarrollo de los pueblos (Populorum progressio) era condición indispensable para conseguir la verdadera paz.
Al venerable Juan Pablo I se le recordará por su incansable sonrisa y por sus entrañables catequesis. San Juan Pablo II desbordó todo lo imaginable. Recorrió el mundo llevando siempre el mensaje de la paz en el corazón. Benedicto XVI habló con gestos y silencios y con acciones de gran eficacia, tomando los asuntos más graves y delicados de la vida de la Iglesia con sabiduría y prudencia. Ahora, el papa Francisco, acercándose a las gentes, a las periferias y a los parlamentos donde se hacen las leyes, no tuvo reparo en anunciar y denunciar los caminos de la paz y las barreras de las injusticias que entorpecen la realización de una convivencia pacífica y duradera.
No puede quedar duda alguna de que el Espíritu del Señor envía a la Iglesia lo que el pueblo de Dios necesita en ese momento. Él siempre llega puntual. La desbordante simpatía que provoca el papa Francisco no se debe simplemente a unos gestos amables y cordiales, sino a lo que se ve en su espíritu de buen pastor, cerca de todos, pero especialmente entre los más desvalidos. Con la misma autenticidad y sencillez se entrevista con los grandes mandatarios de este mundo y con las gentes excluidas y marginadas de los barrios más desasistidos. Las palabras pueden ser distintas, según el diálogo lo requiera, pero el mensaje no cambia, es siempre el mismo: la verdad y la justicia como bases fundamentales para construir un mundo verdaderamente fraterno.
En la isla italiana de Lampedusa, el papa Francisco gritaba en 2013 con toda la fuerza de un corazón estremecido ante lo que veían sus ojos que aquello era una vergüenza para toda la humanidad. En Nueva York, ante la Asamblea general de la ONU, no reparó en decir que “la exclusión económica y social es una negación total de la fraternidad humana y un gravísimo atentado a los derechos humanos”.
Lo mismo que hicieran sus inmediatos predecesores Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Es que cada papa es nuevo y distinto, pero siempre sucesor de los apóstoles.
En el nº 2.961 de Vida Nueva.