Obama vino a dar la razón a monseñor Romero

Obama vino a dar la razón a monseñor Romero

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Obama vino a dar la razón a monseñor Romero [extracto]

GREGORIO ROSA CHÁVEZ, obispo auxiliar de San Salvador | La visita del presidente estadounidense, Barack Obama, a El Salvador, en las vísperas del XXXI aniversario del martirio de monseñor Óscar Romero, provocó los más variados comentarios. Lo mismo sucedió cuando se hizo pública la agenda, la cual incluía algo totalmente insólito: la visita de Obama a la tumba del venerado arzobispo, en la cripta de la Catedral de San Salvador; este hecho sin precedentes sucedió el martes 22 de marzo, al final de la tarde.

Acompañaron al mandatario estadounidense solamente el presidente de El Salvador, Mauricio Funes, y monseñor José Luis Escobar Alas, arzobispo de San Salvador. Estaba previsto que le acompañarían también su esposa y sus dos hijas, pero la crisis de Libia obligó a introducir cambios de última hora.

Gregorio Rosa Chavez

G. Rosa Chávez

Las imágenes de esta visita dieron la vuelta al mundo, pero nos quedamos esperando una declaración formal o unas palabras espontáneas que explicaran el sentido de la misma. Para ser exactos, debo decir que Obama sí formuló un brevísimo comentario; lo hizo de su puño y letra en el quinto libro de visitas de la Fundación Romero: “People around the world draw inspiration from the life of Archbishop Romero. May we all follow his example in championing social justice and human rights”.

El tema de la visita a la tumba de Romero acaparó la atención de los periodistas. Al arzobispo le preguntaron, antes de la llegada de Obama a El Salvador, si este hecho podía incidir negativamente en el proceso de beatificación. Monseñor Escobar Alas respondió: “Esperaría que no, pues se trata de un reconocimiento que el Gobierno de los Estados Unidos está haciendo, por medio de su presidente, el señor Barack Obama, que viene al país y ha querido rendir un homenaje a monseñor Romero, considerándolo uno de los héroes de nuestro continente. Pienso que este es un acontecimiento de carácter mundial que beneficia la imagen de monseñor Romero, por eso nos agrada”.

Por su parte, el semanario de la arquidiócesis de San Salvador, tituló su comentario editorial “La velita de Obama para Romero”, alusión al gesto del mandatario estadounidense, quien encendió una vela –lo mismo hicieron el presidente Funes y el arzobispo– ante la tumba de Romero. El editorialista pregunta: “¿Qué sentimiento asaltó al Señor Obama cuando se alejaba de la tumba de Monseñor Romero y de repente regresó, tras haber orado ante la tumba unos segundos, y esta vez para encenderle una candela, antes de irse de Catedral?

Quisiéramos de corazón que dicho gesto haya sido en la línea de lo que Jesús dijo un día: No se enciende una luz para ponerla debajo de la cama y esconderla, sino para ponerla sobre un candelabro y brille para todos los que están en la casa (Mt 5, 14-15). ¿Habrá sido esta la súplica del Señor Obama al encender la velita? Es decir, que Monseñor Romero no siga siendo una luz puesta debajo de la Catedral, en la cripta, sino que ya beatificado pueda estar arriba, en el gran recinto catedralicio, alumbrando el camino de todos los que suspiran por una mayor justicia en el mundo y por sacar de la pobreza a los marginados”.

El presidente de la Fundación Romero, monseñor Ricardo Urioste, describe la escena: Obama quiso “visitar la tumba de monseñor Romero y orar ante ella, sus ojos cerrados, por unos breves instantes”. Luego se refiere a lo que escribió, haciendo notar que allí hay dos ideas fundamentales: “1) que monseñor Romero es inspiración para mucha gente en todo el mundo; 2) que ojalá sigamos su ejemplo para trabajar por la justicia y los derechos humanos”.

Inspiró a muchos

Obama Funes Escobar

Obama, con el presidente Mauricio Funes y con monseñor José Luis Escobar

Urioste concluye así su reflexión: “Como cristianos no nos sorprenden estas ideas. Alguien, como monseñor Romero que siguió a Jesús tan de cerca, tiene que ser inspiración para muchos en el mundo. Por otro lado, la justicia social y los derechos humanos, son banderas de la Iglesia desde la Rerum Novarum y desde que Dios nos hizo a su imagen y semejanza. Por lo tanto, son derechos humanos y derechos divinos”.

A mí, la visita de Obama a El Salvador me hizo recordar a otro presidente demócrata, Jimmy Carter, cuyo mandato coincidió con el ministerio arzobispal de Romero: Carter comenzó el 20 de enero de 1977; y Romero, un mes más tarde, el 22 de febrero. Carter sucedió a Gerald Ford, después del sonado caso Watergate, y dio un giro radical la política exterior de los Estados Unidos, al centrarla en la defensa de la democracia y de los derechos humanos. Monseñor Romero lo sabe y, por eso, un mes antes de caer asesinado, se atreve a escribirle una carta que –contrariando una norma elemental de la diplomacia– la leyó primero a la asamblea litúrgica durante la homilía del 17 de febrero de 1980 (¡su predicación duró ese domingo una hora y cuarenta y cinco minutos!), para enviarla luego a su destinatario: “La voy a mandar después de que ustedes me digan su opinión”. Y, a continuación, leyó el texto completo de la carta, que fue confirmada por un atronador aplauso.

En ella encontramos esta petición escrita un mes antes de ser asesinado: “Le pido que, si en verdad quiere defender los derechos humanos, prohíba que se dé esta ayuda militar al Gobierno salvadoreño y garantice que su Gobierno no intervendrá directa o indirectamente en ‘presiones militares, económicas, diplomáticas, etcétera, en determinar el destino del pueblo salvadoreño… Sería injusto y deplorable que, por la intromisión de potencias extranjeras, se frustrara al pueblo salvadoreño, se le reprimiera e impidiera decidir con autonomía sobre la trayectoria económica y política que debe seguir nuestra patria”.

No sería aventurado pensar que por la mente de Obama pasaron esa tarde, como en una película, las acciones de Carter y Reagan en el istmo centroamericano. Y quizá, forzando la imaginación, se podría ver en esa visita un reconocimiento de culpa y una humilde petición de perdón; algo así como esto: “Tú tenías razón”. ¿No hay algo de esto en las palabras que escribió Obama junto a la tumba de monseñor Romero?

Yo también expresé mi opinión, antes y después de la visita, tanto en diálogo con la prensa como en la misa multitudinaria en recuerdo de monseñor Romero que se realizó el 19 de marzo en la Plaza Cívica, frente a la Catedral. Dije que, sin duda, al presidente Obama el testimonio de Romero le recuerda la epopeya de Martin Luther King, el mártir de los derechos civiles en los Estados Unidos; el mismo Obama tiene entre sus antepasados a familiares que fueron esclavos. Para él, Romero es un mártir de los derechos humanos.

Dos imágenes

Mientras Obama visitaba El Salvador, salía de la imprenta un librito de apenas un centenar de páginas titulado Hablan de Monseñor Romero, una obra que recoge nueve entrevistas que nos ayudan a conocer al “hombre Romero”. El mismo, en diálogo con alumnas de un colegio católico, hablaba de que entre la gente hay dos imágenes opuestas sobre quién es y qué hace el pastor: “Para unos, [el arzobispo] es el causante de todos los males, como un monstruo de maldad; para otros, gracias a Dios, soy el pastor. ¡Y cómo quisiera que ustedes hubieran sido testigos de la acogida que dan a mi palabra, a mi presencia, sobre todo en los pueblos humildes” (Su Diario, 11.04.78).

A pesar de que la visita de Obama a la cripta de Catedral es trascendental, queda inevitablemente envuelta en cierta ambigüedad. Es muy diferente la decisión tomada en la Asamblea General de las Naciones Unidas, en noviembre del año pasado, al proclamar el 24 de marzo, a partir de este año, como Día Internacional del Derecho a la Verdad en relación con Violaciones Graves de los Derechos Humanos y de la Dignidad de las Víctimas.

En la larga lista de razones que sustentan esta resolución, tenemos la que reza así: “Reconociendo también los valores de Monseñor Romero y su dedicación al servicio de la humanidad, en el contexto de conflictos armados, como humanista consagrado a la defensa de los derechos humanos, la protección de vidas humanas y la promoción de la dignidad del ser humano, sus llamamientos constantes al diálogo y su oposición a toda forma de violencia para evitar el enfrentamiento armado, que en definitiva le costaron la vida el 24 de marzo de 1980”.

No cabe duda de que, después de la visita de Obama a la cripta de la Catedral de San Salvador, y después de que la ONU tomó una resolución tan trascendental en honor de nuestro profeta, pastor y mártir, son todavía más los que “hablan de monseñor Romero”. No cabe duda: nuestro amado pastor no cesa de resucitar.

En el nº 2.750 de Vida Nueva

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