FRANCISCO M. CARRISCONDO ESQUIVEL | Profesor de la Universidad de Málaga
“Destacar la manifestación de algo supone la ocultación del resto: para que la montaña se divise es necesario que haya erosiones que la realcen…”.
Triunfan en el lenguaje mediático todas las formas que integran el campo léxico de la observación. Los mismos planes de investigación estatales parecen fomentar este tipo de actividad, la de observar, en detrimento de otras que implican dar un paso más allá de la pura recepción visual de los fenómenos, como son las que ofrecen soluciones a los problemas que conllevan, válidas para toda la sociedad.
Otro flanco de actuación de estos “promulgadores de la visión” es la llamada visibilidad, también palabra de moda. De seguir con esta dinámica, muy pronto habrá que diseñar observatorios de los observatorios, que ya son ganas de rizar el rizo, esta espiral cuyo arranque activa el más absurdo infinito.
Entre la realidad y su observación caben varias relaciones, como quien ve aquella pero prefiere otra y, para ello, hace todo lo posible por forzarla. Sucede con los que tratan de violentar el lenguaje a fin de que se “visibilicen” determinados grupos sociales. Sin embargo, destacar la manifestación de algo supone la ocultación del resto: para que la montaña se divise es necesario que haya erosiones que la realcen.
Por eso no sorprende que quienes “visibilizan” el presunto derecho de la mujer a hacer con su cuerpo lo que quiera, “invisibilizan” a su vez las potenciales consecuencias de tomar una decisión como la de abortar. La insolencia de su lenguaje contrasta con su ceguera cuando de dar soluciones dignas se trata.
En el nº 2.851 de Vida Nueva.