Pablo VI, un gran incomprendido

JUAN GARCÍA (CÁCERES) | La beatificación de Pablo VI es mucho más que el broche de oro al Sínodo. Entre tanto acontecimiento eclesial, no perdamos de vista su importancia, y más después de las canonizaciones de Juan XXIII y Juan Pablo II, que pueden llevar a la falsa conclusión de que papado y santidad van necesariamente de la mano.

El siglo XX ha sido excepcional en cuanto a santos pontífices, como lo fue también en mártires, hasta el punto de que, para encontrar un precedente similar, habría que retroceder varios siglos. Pero Pablo VI, además de beato, fue un grandísimo Papa, el que desarrolló y llevó a buen puerto el Vaticano II, modernizó la Curia e inició los viajes papales, sin olvidar su rico magisterio social o su encíclica sobre la familia y el amor humano.

Fue el Papa de la colegialidad, el que instituyó el Sínodo de los Obispos y consolidó las conferencias episcopales. Fue, también, un gran incomprendido. Muchos no le perdonaron que pusiera freno a algunas interpretaciones equivocadas del Concilio. Y, en España, algunos no distinguieron su desapego del franquismo de su amor a la nación. Le tocó sufrir, pero, 35 años después de su muerte, es referente para una Iglesia que debe recuperar la frescura del anuncio evangélico.

En el nº 2.918 de Vida Nueva

Pueden enviar sus cartas con sugerencias o comentarios a: director.vidanueva@ppc-editorial.com

Compartir