(Remedios Luna Pastor– Laica asociada espiritana) Mis primeros recuerdos del Domund me llevan al colegio, donde la profesora tenía sobre su mesa una hucha con forma de cabecita de niño chinito o negrito o indito. Y a las niñas que nos portábamos bien nos regalaba unas revistas de la Santa Infancia. Poco entendía yo entonces de todo aquello. Ni idea tenía de que, pasados unos años, mi corazón iba a prendarse de ese continente, África, que me parecía tan remoto. A día de hoy, mis mejores amigos y hermanos están en África y Latinoamérica, pues he tenido la suerte de poder compartir mi vida con sus gentes, durante dos años en Tanzania y durante cuatro en México. Por eso la fiesta del Domund me parece tan importante, para que la gente conozca realidades tan cercanas y lejanas a la vez.
Creo que es muy bueno poder explicar por qué una persona deja atrás todo lo que le es propio y querido (idioma, cultura, costumbres, familia y amigos y posibilidad de vida cómoda y tranquila) para ir al encuentro de otros que no conoce y que en algunos casos tardarán en entender por qué se les acerca ese extranjero. Y es por la urgencia de proclamar alto y claro que Dios es el Padre de todos. Cuando esta verdad ha calado dentro, ya no se puede vivir como si nada, aunque si se toma en serio, trae muchas, pero muchas, “complicaciones”.
El Santo Padre acierta de lleno al decir que somos misioneros por vocación y por amor; no puede ser de otra manera, deberíamos serlo todos por el hecho de estar bautizados. El realizar hechos grandes y extraordinarios no siempre va a estar al alcance de cualquiera, y ni siquiera es necesario; en la cotidianidad se pueden ir haciendo cosas importantes, depende de cómo queramos enfocar nuestra vida. Para mí es Domund todos los días.
Desde que pisé África por primera vez, tengo el corazón dividido. Todos los misioneros, creo, lo tenemos así. A veces es doloroso, y otras, increíblemente hermoso y gratificante. Cosas del amor. Vivo en España ahora muy en contacto con África a través de la congregación a la que pertenezco como asociada y a través de mi voluntariado con inmigrantes subsaharianos. Creo que no hay día que no piense en la misión, de uno u otro modo.
Era muy joven cuando llegué a África, pero la luz que se prendió en mí no ha disminuido nada, al contrario, creo que aumenta con el paso de los años, de los acontecimientos, de las gentes que Dios Padre va llevando a mi vida. Supe lo que es salir de uno mismo para encontrarse con otros, supe lo que es el respeto a otras ideas, a otra cultura, a otra forma de ver la vida. Esto cuesta lo suyo a veces.
En México me costó un poco menos porque ya tenía algo de rodaje. Viví cosas maravillosas, como el gozo de ver a la gente pobre organizarse para mejorar su vida con nada más y nada menos que con el Evangelio en la mano y sus ganas de salir adelante. He compartido trabajo y conocimientos con personas que daban su tiempo graciosamente para ayudar a sus vecinos, y sé que siguen en la brecha. Aunque sólo tenga noticias de ellos a través de otras personas, siento que estamos juntos de alguna manera, peleando por un mundo mejor donde los ciegos vean y los cojos salten y bailen de alegría. Ellos, en mucha peor situación social y económica que yo, siguen adelante porque creen en el Dios de la Vida y en los Cielos Nuevos y la Tierra Nueva. Eso nos une más que cualquier otra cosa.
Siempre he sentido el agradecimiento a Dios Padre y Señor de la Historia, en primer lugar, por haberme llamado para esta tarea que me hace tan feliz, que llena mi vida de sentido, que me ha aportado infinitamente más de lo que yo haya podido dar ni llegue a dar nunca. La misión es un don y un privilegio. Y también siento infinita gratitud a las personas que me acogieron y me permitieron caminar con ellos un tramo de sus vidas, como la siento ahora hacia mis alumnas del Centro de Promoción de la Mujer de Karibu.
Casi me da vergüenza decir que soy feliz. Que me levanto cada día con ganas e ilusión por el trabajo, que cuando vienen problemas, dificultades y pérdidas importantes me duele como a cualquiera y me preocupo como cualquiera, si no más, pero que tiro para delante porque creo en el Dios Padre de todos nosotros. Y que me da tanto gusto mirar el mapa de África y de Latinoamérica con mi hijo y darme cuenta de que, por alguna razón, tengo algún lazo con tantos sitios… Pura gracia de Dios tener el corazón tan dividido. Y que sea Domund todos los días.
En el nº 2.632 de Vida Nueva.