CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
Con todas las reservas que sean necesarias, tenemos que reconocer que somos perspicaces y sutiles analistas. Manejamos tendencias, perspectivas, variantes y cálculo de probabilidad… Y de tanto limpiar el hacha, como suele decirse, se ha terminado el tiempo de poda. Parece como si hubiera un extraño y pernicioso consumismo de programación, de coordinación, de estrategias.
También hay que advertir que, por muy objetivo que quiera ser el analista, suele tener cierta propensión a considerar agujeros negros, malos presagios y voluntades torcidas. Sea como fuere, lo cierto es que hacemos magníficos proyectos y planes pastorales con abundancia de recomendaciones y de lo que debía de hacerse. Y ahora viene la parálisis. El estancamiento, la inoperancia y el baúl de la colección de planes irrealizados.
Aparte de los resortes y mecanismos para curarse en salud sobre el fracaso del elaborado proyecto –las circunstancias, los culpables, la falta de medios y muchas cosas más–, se hacen presentes una serie de actitudes que bloquean el camino para una eficaz consecución de los objetivos que se habían marcado. Todo esto se refiere no solamente a los programas que afectan a grandes sectores de la vida social, sino a la organización de la vida personal, a la educación para tomar decisiones, a disponer bien de los medios que se tienen y de los que se necesitan, a poner en marcha unas pautas de comportamiento bien orientadas desde una inteligente pedagogía.
La parálisis del proyecto personal o comunitario tiene un gran enemigo: el perfeccionismo. Lo acabado y perfecto es inalcanzable, simplemente porque no existe la posibilidad de llegar al todo de todo. Pero sí hay un horizonte que está al alcance de la vista. Ni conformismo ni improductividad. Pero no dejar pasar el bien alcanzable.
La indecisión suele acompañarse del miedo al fracaso, de la pereza ante la necesidad de superar dificultades, del temor a la crítica negativa… Y del corrosivo principio del ¡qué necesidad tenemos de meternos en una aventura más!
El papa Francisco suele usar frecuentemente un método muy práctico. Aprendido, qué duda puede caber, en la escuela ignaciana: conocimiento, discernimiento y aplicación. Y sin olvidar lo más importante y primero: en todos estos movimientos se ha de aplicar el principio pedagógico indispensable: el cayado del Señor sostiene y acompaña.
Publicado en el número 3.009 de Vida Nueva. Ver sumario