Pena de muerte y derechos humanos en Perú

ÁNGEL GARCÍA RODRÍGUEZ, O.SS.T. LIMA (PERÚ) | Me sorprende el pronunciamiento de ciertos congresistas y comunicadores católicos que, en defensa de la niñez, se están pronunciando aquí en Perú a favor de la pena de muerte. La congresista María Cuculiza afirmaba hace unos días en una prestigiosa radio limeña lo siguiente: “Yo no puedo permitir que un violador destruya la vida de un niño; por lo menos hay que condenarlo a la cadena perpetua. Por eso aquí tengo listo, para presentar al Congreso, el proyecto de la pena de muerte en Perú”.

A lo que añadía el entrevistador: “Yo soy católico y apoyo la pena de muerte. Hay que condenar a muerte a los violadores de niños. Y que Dios los juzgue después”.

La misma congresista, apelando a su condición de peruana y católica, remarcaba que Perú tiene que retirarse de la Comisión Internacional de Derechos Humanos porque no están haciendo nada y hay que aprobar ya la pena de muerte para garantizar la seguridad de los ciudadanos.

Frente a esta corriente de apoyo a la pena capital y a la retirada de la Comisión Internacional de Derechos Humanos, que de nuevo llega a varios países de América Latina, creo que la Iglesia no puede quedar callada. Hay que hablar del perdón y la misericordia de Jesús. Como hay que defender la integridad de la persona y su derecho humano a la vida.

Y en cuanto a los católicos que apoyen la pena de muerte, creo que lo harán a título personal, pero, ciertamente, de un modo equivocado. Ellos no pueden hacer esta declaración en nombre de la fe de la Iglesia que confiesa al Cristo del perdón, el cual rechaza la pena de muerte.

Finalmente, quiero destacar que los trinitarios, nacidos hace 815 años para defender la vida, la fe y la libertad de los cautivos, “lo tenemos bien claro”, como señalaba el argentino José Miguel Marengo, vicario de los Trinitarios en el Vicariato de América del Sur: “La pena de muerte no puede estar en el lenguaje de un cristiano, y como trinitario, no puede haber ambigüedad. Si optamos por la vida, al servicio de la Redención, esta debe ser defendida siempre. Como trinitario, y desde la experiencia vivida en el mundo de los encarcelados, no puede haber término medio; toda persona es querida por Dios y su gloria está en la vida plena de esa persona. Y envió su hijo al mundo no para condenarlo, si no para que se salven y tengan vida en Él”.

La vida humana es un don de Dios que ningún político, gobernante o ciudadano tiene derecho a condenar y eliminar. ¡Defendamos la vida y los derechos humanos! ¡No a la pena de muerte!

En el nº 2.808 de Vida Nueva.

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