LUCÍA RAMÓN CARBONELL, teóloga, profesora de la Cátedra de las Tres Religiones de la Universidad de Valencia | Como ha expresado Hans Küng con una fórmula lapidaria, “no hay paz entre las naciones sin paz entre las religiones, y no hay paz entre las religiones sin diálogo entre ellas”. En 1986, Juan Pablo II daba un paso adelante en esta dirección, propiciando que los representantes de las religiones del mundo mostraran su compromiso con la oración, el diálogo, la acción y el testimonio conjunto en favor de la paz en un encuentro de oración sin precedentes que tuvo lugar en Asís.
Su gesto plasmaba de forma dinámica el espíritu del Vaticano II, recogido en la declaración conciliar Nostra Aetate. La invitación fue acogida por los participantes como un quehacer ineludible desde las propias fuentes e intuiciones originarias y una tarea que podemos y debemos realizar conjuntamente.
Con motivo de la conmemoración de aquel gesto profético, y en el contexto de una nueva convocatoria, Benedicto XVI ha ofrecido un lúcido análisis de los retos que el trabajo por la paz y el diálogo interreligioso nos plantean en este momento.
El Papa identifica en el Encuentro del pasado día 27 los nuevos rostros de la violencia, reconoce la motivación religiosa de muchos de ellos y denuncia el uso de la religión para justificarla. A partir de la Ilustración, esa ha constituido la principal crítica y causa de hostilidad contra las religiones. Y “que la religión motive de hecho la violencia es algo que, como personas religiosas, nos debe preocupar profundamente” y nos debe llevar al compromiso de mostrar juntos “que esta no es la verdadera naturaleza de la religión”. Los creyentes de las religiones del mundo hemos de “contrastar de manera realista y creíble el recurso a la violencia por motivos religiosos”.
Tampoco un ateísmo sistemático nos ha traído la deseada paz. Más bien al contrario, como ha mostrado trágicamente el siglo XX, la negación radical de Dios y de cualquier valor trascendente también engendra crueldad y deshumanización. Otra forma violenta de anti-religión “en la que ya no cuenta el hombre, sino únicamente el beneficio personal”, es, para el Papa, la “adoración de Mamón, del tener y del poder”.
Frente a las formas violentas de religión y de ateísmo combativo, Benedicto XVI señala el camino abierto por agnósticos y creyentes, “peregrinos de la verdad y de la paz”, que se saben en búsqueda, que se comprometen decididamente por la dignidad del hombre y se hacen cargo en común de la causa de la paz.
En el nº 2.775 de Vida Nueva.
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