JESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Profesor CES Don Bosco
En Los cínicos no sirven para este oficio, Ryszard Kapuscinski traza la diferencia entre el buen y el mal uso del periodismo. “Todo periodista es un historiador. Lo que él hace es investigar, explorar, describir la historia en su desarrollo (…). En el buen periodismo, además de la descripción de un acontecimiento, tenéis también la explicación de por qué ha sucedido; en el mal periodismo, en cambio, encontramos solo la descripción” (p. 58).
Normalmente, el periodismo de Vida Nueva de los años 60, leído en diagonal y examinado desde ese criterio, no merece la calificación de apto. Vida Nueva ni describe ni explica el porqué de los acontecimientos españoles. Señala al extranjero para que el lector encuentre respuestas por analogía. Camina a tientas ante la creación de un Ministerio de Información que, dirigido por Manuel Fraga Iribarne, va a censurar con más manga ancha.
Pero el editorial del nº 463 describe, a lo Kapuscinski. Aludiendo a una declaración del Episcopado francés sobre la resistencia en la aplicación del Concilio, explicita su crítica hacia un cristianismo apologético, de baluarte, extemporáneo, casi más español que romano. Y concluye: “Frenar a la Iglesia en su responsable, legítimo magisterial deseo de renovación, es un sabotaje religioso”.
Hace unos días, pasaba por Madrid un buen amigo, de una de esas congregaciones religiosas que siempre han estado en las periferias. Un compañero suyo me decía que, en los últimos tiempos, Vida Nueva había sido una de las pocas publicaciones que no se había dejado sabotear.
Sin embargo, algunos de los que vivían bajo un eterno nihil obstat quominus imprimatur dicen hoy sufrir falta de libertad. Tanto los quijotes creativos como los paladines de la ortodoxia han utilizado la pluma para sentar cátedras reconstruyendo muros estigmatizantes (Ef 2, 11-22). Al periodismo religioso aún le quedan metas por conquistar.
Lo hará, si se aferra a la verdad que nos hace libres (Jn 8, 32). A todos.
En el nº 2.935 de Vida Nueva