(+ Baltazar Porras Cardozo– Vicepresidente del Consejo Episcopal Latinoamericano y arzobispo de Mérida-Venezuela)
“Episcopado venezolano de comienzos de 2009 asume la preocupante situación del país condicionada por la crisis financiera internacional y los grandes problemas sociales y el ambiente interno de confrontación, que llena de interrogantes e incertidumbres el futuro inmediato”
El discernimiento y el juicio ético son más urgentes cuando las situaciones son complejas e inducen al error, sometimiento o indiferencia. La exhortación del Episcopado venezolano de comienzos de 2009 asume la preocupante situación del país condicionada por la crisis financiera internacional y los grandes problemas sociales y el ambiente interno de confrontación, que llena de interrogantes e incertidumbres el futuro inmediato.
La vida no vale nada. La inseguridad personal se ha convertido en el principal problema de los venezolanos, ya que somos uno de los países más violentos del mundo. La vida cotidiana se ha convertido en un drama ante el deterioro de los servicios de salud y el descenso de la calidad educativa, pese a la bondad de las misiones o programas sociales. Las condiciones de los presos llevan al continuo amotinamiento en las cárceles. La cifra de muertes de 2008 es patética.
A lo anterior se une la ineficacia de los cuerpos de seguridad en la prevención y lucha contra la delincuencia y por la impunidad ante un ministerio público y un sistema judicial inoperantes. Los números oficiales, a pesar de estar maquillados, así lo señalan.
En segundo lugar, todo gira en torno a lo político. La convivencia se ha resquebrajado. La intolerancia, exclusión, descalificación e insulto es el patrón de conducta diaria. Un nuevo proceso electoral en febrero de 2009 pone sobre el tapete el tema de aprobar o no la reelección indefinida de todos los cargos públicos. Son muchos los interrogantes sobre el procedimiento, ya que hay visos de abuso de poder y ventajismo, a la par de violentar preceptos constitucionales.
Ante ello, la Iglesia se compromete a instaurar programas de convivencia ciudadana y cultivo de la paz, tan exitosos en otros países. No es arar en el mar, sino sembrar semillas de amor, exigencia humana y cristiana impostergable.
En el nº 2.645 de Vida Nueva.