(Clara Jiménez– Murcia) Que la tempestad financiera ha evacuado del ranking de las grandes fortunas a más de uno, demuestra lo voluble del dinero y de la posición económica propia. Mientras, los países en desarrollo viven la nueva crisis anclada en su crisis de penuria permanente.
Pero tenía razón quien afirmaba que la pobreza más profunda es la incapacidad de alegrarse, un hastío frente a la vida que impide amar. Quizá esto no consuele a los parados y, sin embargo, la Navidad trae un mensaje: la pobreza y la riqueza son términos relativos; es rico quien es rico para Dios y pobre el que ha hecho de su vida un monumento al egoísmo y al desamor. La riqueza es tarea propia; el dinero, del Gobierno de turno.
En el nº 2.641 de Vida Nueva.