FERNANDO SEBASTIÁN | Cardenal arzobispo emérito
No hay que engrandecer la política como si fuera algo extraordinario. Es simplemente el instrumento que necesitamos para organizar la convivencia y promover los intereses comunes. Por eso, todo se descompone cuando los políticos dejan de dedicarse en primer lugar a resolver del mejor modo posible los intereses comunes de la población.
Estamos viendo con indignación cómo los partidos ponen por encima del bien común sus propias conveniencias estratégicas, cómo se dedican a destruir al adversario y bloquear sus propuestas, en vez de buscar juntos la solución a los problemas reales de los ciudadanos. La sociedad es como es y los políticos pretenden hacerla a su gusto. No aceptan de verdad la variedad y el pluralismo real de nuestra sociedad. Tendrán que encontrar fórmulas mixtas que, de forma concreta y realista, respondan al deseo mayoritario de la población.
Para esto es necesario que se atengan a la verdad y renuncien a sus interpretaciones interesadas. La mentira, el encubrimiento, la exageración nos alejan de la realidad y corrompen la democracia. Necesitamos ver en nuestros políticos el buen ejemplo de la veracidad, la moderación y el respeto. Necesitamos unos políticos que levanten nuestra autoestima.
¿Qué es lo que nos pasa? Puede haber varias respuestas. Para mí, la causa determinante de la actual confusión es la pérdida de fe religiosa en buena parte de la población y de nuestros dirigentes. Somos una sociedad sin rumbo, sin convicciones morales, vivimos al sálvese quien pueda. Así es muy difícil entenderse. La opinión pública, los comentaristas, deberían exigir al menos a los políticos la preocupación por el bien común de todos los españoles como norma suprema de su trabajo, por encima de ideologías, afinidades o exclusiones. Y eso es lo que los ciudadanos tendríamos que valorar en nuestros representantes, más que cualquier otra cosa.
En el nº 2.982 de Vida Nueva