(Alejandro Fernández Barrajón-Presidente de CONFER) Me contaron recientemente que un amigo le decía a otro recién enamorado: “Si te quieres casar, está bien, pero no se te ocurra grabarte un tatuaje con su nombre porque eso es para toda la vida”. Estamos en un tiempo de saldos, de aventuras incompletas, de narraciones cortas. La utopía está siempre lejana y ha dejado de interesar. Lo más estable que nos queda ya son las hipotecas, que al menos nos duran unos veinticinco años.
La mejor manera de no marearse en el automóvil, en un camino de prolongadas curvas, es mirar al horizonte. El horizonte nos regala el sentido del equilibrio, de la búsqueda, y la mirada lejana nos ofrece una serenidad añadida. Nuestro tiempo está aquejado de presbicia, de mirada corta.
El Evangelio es una inversión a largo plazo que comienza ahora mismo. Una mirada apasionada a la vida y al gozo de vivirla. Es de torpes pretender asociar el Evangelio a las normas, a la ley, a la seriedad, a la prohibición, a las instituciones, como un semáforo rojo averiado incapaz de cambiar de color… es presbicia religiosa que necesita tratamiento inmediato.
La mirada social que prevalece en este momento cuando se dirige a la Iglesia es una mirada distorsionada y triste, con cataratas avanzadas. Necesitamos aplicarnos un colirio iluminado y colorista, espontáneo y juvenil como es el Evangelio.
Vamos a liberar al Evangelio de miradas trasnochadas y casposas y de interpretaciones interesadas, para que sea él mismo, hable por sí mismo y nos convoque a todos a la aventura de ser felices, que es lo importante. Se trata de tatuarnos el corazón de Evangelio para que dure y dure toda la vida. Porque de vida anda sobrado.