CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
Lo de poner como norma de conducta la socarrona sabiduría de algunos refranes es un tanto peligroso, tanto desde el punto de vista moral como de una buena pedagogía para educar a las personas. Con frecuencia, incitan a la tacañería, a ser rácanos y desconfiados, remolones y arribistas. Lo del pájaro en la mano –adiós a la investigación y la aventura–; aquello de quien da pan a perro ajeno –el egoísmo está servido–; el consejo de piensa mal y acertarás –olvídate de la presunción de inocencia–; esto del para poco ganar, vale más vagar, es invitación a la vagancia y el escaqueo; así que al que buen árbol se arrima, buena sombra le cobija –aviso para trepas y vividores–.
¿Lo ven ustedes? Aquí hay una presunción de maldad. Aunque esos mismos consejos refraneros pueden ser llamadas a la prudencia, al buen juicio, a seguir la conducta ejemplar de algunas personas… En fin, que la intención de quien lo dice también cuenta.
Las experiencias negativas que uno puede haber tenido provocan el recelo y el miedo a que se repitan. Y se tomaron precauciones y sospechas ante la posible repetición de situaciones parecidas. Así que de presunción de inocencia, nada. Ha triunfado el prejuicio de la maldad.
Con mucha más frecuencia de la que nadie deseara, se exhiben como delitos y escándalos actuaciones de algunas personas. Se les investiga y aparecen como presuntos implicados. Y basta para el juicio sumarísimo de la presunción de maldad y para condenar a las personas y poner su fama y honor por los suelos. Después puede venir la sentencia absolutoria. De la cual, por supuesto, casi ni nos hemos enterado, pues a la primera página del escándalo se contrapone alguna nota perdida en el capítulo de sucesos.
Todo aquello que se refiere al buen nombre de las personas tiene que ser tratado con la máxima prudencia y delicadeza. No precipitarse con juicios condenatorios antes de conocer el veredicto. Los efectos de sentencias paralelas, de intenciones torcidas y de pensamientos malignos no pueden ser más nefastos e injustos, pues ponen en tela de juicio, nunca mejor dicho, la honorabilidad y buen nombre de las personas, causando no poco dolor a los individuos afectados y a sus familias.
Todo esto es ética de libro y, desde el punto de vista evangélico, conducta moral ineludible. ¿Quién eres tú para juzgar a tu hermano?
Publicado en el número 3.008 de Vida Nueva. Ver sumario